Se colocó frente a mí con su espléndida camiseta blanca. En medio llevaba una inscripción en inglés que decía «Not my problem» (no es mi problema). Probablemente la frase se debía al estribillo de alguna canción moderna que desconozco. Sin embargo, en el anonimato de un tranvía repleto de gente, pensé que aquella frase resumía, en tres palabras, el carácter individualista del tiempo en que vivimos. Me sentí como si estuviera ante una valla publicitaria donde los comportamientos sociales no se decretan, se «sugieren» como una tendencia más del consumo capitalista. Minutos antes, cerca de la parada, había visto una pancarta anunciando que los y las trabajadoras de los jardines de Gasteiz, empleados en la subcontrata Enviser, continuaban con una huelga indefinida que dura ya tres meses. Entonces recordé que el Gobierno Vasco dictó un decreto, por el que, en la práctica, se anulaba el derecho a la huelga de estos trabajadores, sentando, así, un precedente peligroso en cualquier lucha laboral. Esa misma madrugada, a miles de kilómetros, Israel había bombardeado Irán y en Gaza o en Yemen, la vida continuaba desapareciendo. «Not my problem» volví a leer antes de abandonar el tranvía. Y me di cuenta de que, al reflexionar sobre esa frase, el mundo se me había vuelto a poner patas arriba.