Como amante del cine clásico soy una entusiasta de "Casablanca", la película rodada en 1942, en plena Guerra Mundial, cuando el nazismo todavía era dueño de Europa. Mientras las tropas alemanas entraban triunfantes en París, Ingrid Bergman le dice a Humphrey Bogart, «el mundo se desmorona y nosotros nos enamoramos». Recuerdo el diálogo porque, lejos de su sentido romántico, siempre he visto en esa frase un grito a la esperanza del futuro. En junio, en La Haya, la OTAN designará el gasto de cada país de la UE destinado a defensa. Y es, en este tiempo, cuando la verdad sobre el rearme militar aparecerá sin reservas y definirá como una imposición de «paz» las políticas, los presupuestos y hasta los pactos internos de los Gobiernos europeos. Es, también ahora, ante tantas realidades inciertas, cuando se me hace necesario creer en algo. El día 27, Isidro Esnaola, redactor de este diario, escribió un buen artículo sobre los actores, los paradigmas y los retos económicos de la nueva globalización. Citando un estudio sobre desigualdad de Branko Milanović afirmaba que «caerá el bienestar en todo el mundo» y que «en la era del nuevo vasallaje, la lucha de clases emerge sin tapujos». Una idea por la que merece la pena agitar la esperanza de otro porvenir, aunque ya nadie recuerde "Casablanca".