Hace tres días NAIZ anunciaba la muerte de René Robert, un célebre fotógrafo de los años 50, apasionado de la trágica estética del flamenco, autor del mejor retrato, en blanco y negro, que pudieron hacer a Camarón. Murió en el centro de París, sobre la acera de una calle a la que nunca le faltan transeúntes. No, no era un clochard, un «invisible» de los casi 4.000, hombres y mujeres, que subsisten en las calles de París. Al salir de un restaurante, Robert, de 84 años, cayó al suelo y perdió el conocimiento. Nadie le prestó ayuda, pasaron las horas y de madrugada murió de hipotermia. Fue una persona sin hogar, anónima, la única que se acercó y llamó a los servicios de urgencia. «A René le ha asesinado la indiferencia de los transeúntes», afirmó un periodista amigo suyo. A René y a muchos más, habría que añadir. En las ciudades, grandes o pequeñas, construidas al ritmo de la prisa, del dinero y muchas veces en burbujas de soledad, a los y las «invisibles» se les llama así, precisamente, porque viven y mueren bajo la indiferencia, porque no importan a nadie y nadie les ve. En esta época extraña de pandemias y virus hay quien dice que con la vacuna introducen una sustancia que nos convertirá en autómatas y nos deshumanizará. ¿Para qué –me pregunto– si ya tenemos la indiferencia y hace tiempo que la deshumanización individual y colectiva maneja el mundo?
Ya tenemos la indiferencia
«A René le ha asesinado la indiferencia de los transeúntes», afirmó un periodista amigo suyo. A René y a muchos más, habría que añadir.
