Vivimos días de calor sofocante. Este fin de semana, las temperaturas han vuelto a rozar el límite de lo soportable en la mayor parte de Euskal Herria. El aire caliente ha quedado atrapado en la atmósfera y, por momentos, parecía que se que se quería desplomar sobre nuestras cabezas. Ya sé que es verano y que es difícil que nieve, pero no se trata solo de una sensación: según los datos que ofrece Copernicus, el Programa de Observación de la Tierra de la Unión Europea, el pasado julio fue el segundo mes más cálido del planeta desde que se manejan datos. El día de la Madalena, la temperatura media global en la Tierra alcanzó los 17,6 grados. Eso sí, esa marca se sitúa unas décimas por debajo del registro del año pasado y, además, marca el final de un período de trece meses en el que cada mes fue más cálido que el respectivo del año anterior.No sirve de consuelo. Aunque julio se comportó ligeramente mejor que el mismo mes del pasado año, la temperatura media mundial de los últimos doce meses es 0,76 grados superior a la media del período 1991-2020 y 1,64 por encima de la media preindustrial (1850-1900). Es decir, el contexto general no ha cambiado, el clima sigue su derrota de caldeamiento global y más pronto que tarde nos encontraremos ante las mismísimas puertas del infierno meteorológico, mientras las emisiones globales de gases de efecto invernadero no alcancen el nivel cero.Y vamos mal. La semana pasada supimos que Glencore, la multinacional de la minería con sede en Suiza, ha dado marcha atrás en su plan de escindir su área de extracción de carbón. Al parecer, sus accionistas ven en este contaminante combustible fósil una fuente de ingresos de la que sus bolsillos no pueden prescindir, por lo que el resto de la humanidad pagará sus lucrativos dividendos con dinero, sí, pero también con salud. Con la salud del planeta. Un planeta enfermo, agónico, invadido por el virus letal de la codicia y necesitado de terapias de choque urgentes. Caiga quien caiga.