Anjel Ordóñez
Anjel Ordóñez
Periodista

De cesios y yoduros

La geoingeniería no se para ahí. También pretende controlar las tormentas, los tornados y los huracanes para evitar los daños que provocan estos fenómenos a lo largo y ancho del globo

China ha puesto en marcha el mayor proyecto de ingeniería climática de la historia: pretende manipular y controlar la lluvia, la nieve y el granizo en cerca de cinco millones de kilómetros cuadrados. No es algo nuevo. Los indios cherokee llevan siglos perfeccionando su icónica danza de la lluvia, que además de regar los campos, limpia el ambiente de los espíritus malignos porque las precipitaciones convocadas por el ritual contienen las almas de antiguos jefes tribales que se encargan de ello.

Los chinos modernos, que para estas cosas son muy pragmáticos, no se fían de cánticos guturales y pasos de baile, prefieren ingeniería química y tecnología avanzada, métodos más acordes con los tiempos que vivimos. El procedimiento, muy resumido para poder seguir con la columna, consiste en hacer llegar a la atmósfera, a través de ingenios voladores, grandes cantidades de cristales de yoduro de plata, que actúan como catalizadores de la condensación y provocan la lluvia de forma inmediata.

La estupidez humana se ha esforzado mucho para provocar el cambio climático. Y ahora que lo tenemos, ahora que las sequías asolan medio mundo, pretendemos pasarnos por el forro las reglas de la naturaleza y jugamos a imitar al mismísimo Zeus, capaz de crear rayos y truenos a su antojo. Porque la geoingeniería no se para ahí. También pretende controlar las tormentas, los tornados y los huracanes para evitar los daños que provocan estos fenómenos a lo largo y ancho del globo. E incluso se atreve con el calentamiento global: el envío masivo de aerosoles artificiales a la atmósfera simularía los efectos que tendría una erupción volcánica para restringir la cantidad de luz solar y bajar a demanda la temperatura global.

Alfred Nobel defendió hasta su muerte el efecto disuasivo de la dinamita como panacea antibélica. Murió en 1896, sin conocer la primera guerra mundial. La semana pasada se cumplieron diez años del desastre nuclear de Fukushima. Todavía hoy, a decenas de kilómetros de la central, se hallan micropartículas de cesio altamente radiactivo. Cada vez que el ser humano inventa algo que desafía a las leyes de la naturaleza no es que suba el pan. Es que desaparece.

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