La guerra es el horror en estado puro. Cuando suenan las sirenas y silban las bombas, desaparece de un plumazo la razón y su lugar lo ocupan por la fuerza la crueldad, la destrucción, el odio. En la que ahora nos ocupa, como en las anteriores y en las que vendrán, las imágenes de fosas comunes, de hospitales destruidos, de ciudades arrasadas etc. golpean con fuerza nuestro cerebro y despiertan zonas aletargadas de la conciencia estrechamente relacionadas con la llamada atávica a la violencia como método de subsistencia. La guerra es canibalismo antropológico, desnuda ese lado oscuro del ser humano que permanece oculto, encadenado por la razón. Y cuando ésta se debilita y desaparece, surge el horror. Pero, nos guste o no, éste es un proceso que ha acompañado al ser humano desde la noche de los tiempos.
Tras el final del traumático capítulo bélico de mediados del siglo XX, la conciencia colectiva de occidente se ha protegido de los horrores de la guerra mediante un velo tejido a doble capa con dos vectores muy definidos. Por un lado, el tiempo: la guerra era algo del pasado, algo superado. De hecho, uno de los mantras más escuchados en estas semanas es: «¿Cómo puede ocurrir esto en pleno siglo XXI?». Y por otro, el espacio. Las guerras que se libraban lejos, en otros continentes o en países no asociados directamente con la cultura occidental, eran conflictos secundarios, tolerables. Pero la invasión de Ucrania es aquí y ahora. Se ha rasgado ese velo de hipocresía y nuestro mundo se asoma al abismo de un escenario negado, pero hoy brutalmente real.
No es mi intención abordar un análisis sobre los orígenes de esta guerra, ni sobre los culpables o los beneficiarios de la misma. No me atreveré a augurar escenarios del conflicto ni a dibujar los paisajes de la posguerra. Ni siquiera alcanzo a atisbar la estrecha vereda que puede llevar al final de este túnel de desolación en el que nos hemos adentrado. Pero hay algo sobre lo que no me cabe duda: nos espera un futuro peor. La respuesta a la guerra no va a ser corregir errores para buscar la concordia, sino profundizar en los paradigmas bélicos más elementales: enfrentamiento latente y rearme sin medida. Menos razón, más armas. El horror.
El horror
Las guerras que se libraban lejos, en otros continentes o en países no asociados directamente con la cultura occidental, eran conflictos secundarios, tolerables. Pero la invasión de Ucrania es aquí y ahora.
