La fiebre es, a la vez, voz de alarma y mecanismo de defensa. Mientras nos avisa de forma evidente de que algo va mal, nuestro organismo pone en marcha una serie de protocolos que buscan combatir el origen del mal que nos acosa. Todo comienza con la aparición de los pirógenos, agentes externos como virus o bacterias, pero también internos, producidos por un amplio abanico de enfermedades. Una vez detectados esos pirógenos, el sistema inmunitario estimula la producción de citocinas, que viajan por el torrente sanguíneo hasta el cerebro. Allí, el hipotálamo, encargado de reprogramar el punto de referencia térmica del cuerpo, actúa como termostato y sube la temperatura para así dificultar la resistencia de virus, bacterias y otros elementos hostiles. Pero claro, en ocasiones, la fiebre puede mudar de remedio a caos.El mundo tiene fiebre. El calor se extiende por el globo y la ola de aire asfixiante que sufrimos la pasada semana no es un simple episodio que anuncia la llegada del verano, sino la constatación de que el cambio de ciclo ha llegado. El clima se radicaliza, ya no caben dudas ni excusas para no actuar de forma pronta y decidida. Pero precisamente ahí radica el problema. En lugar de centrarse en la salvación del planeta, la especie humana sigue empeñada en caminar deprisa por las sendas de la autodestrucción. El mundo se acerca al punto de ebullición, pero su temperatura no solo se mide en grados Celsius. El mundo está inflamado, arde de odio y rencor en múltiples incendios provocados por aquellos que se creen superiores porque su piel es más blanca, su dios es más fuerte o su cartera está más llena. La fiebre sigue subiendo, como si el hipotálamo de nuestro planeta tratara de librarse a golpe de calentura de los virus que amenazan su supervivencia. No soy optimista. Tengo demasiadas razones para no serlo. Pero hay una que me asoma especialmente al abismo de la capitulación: en Gaza, el mundo ha perdido su dignidad. Ha renunciado a su humanidad. Puede que, en realidad, el único virus a combatir seamos nosotros mismos.