La historia de los mártires cristianos está, más que ninguna otra, cargada de la profunda épica que le confiere la única entrega incondicional y definitiva a una causa: la que acaba en muerte. Es el caso de San Bartolomé, que viajó a Armenia con el Evangelio bajo el brazo y allí encontró la muerte, desollado poco a poco por orden del rey Astiages. Me acuerdo también de Santa Águeda, que habiendo ofrecido su virginidad a Dios, rechazó las sucias pretensiones del procónsul de Sicilia, Quintianus. Ultrajado, el romano encerró a la joven en un lupanar, donde, al parecer, milagrosamente logró conservar su virginidad. Casi peor, porque Quintianus ordenó entonces que le cortaran los pechos y, como aun así no moría, fue arrojada sobre un manto de carbones al rojo vivo. Y hay muchos más. San Lorenzo fue asado vivo en una parrilla, Santa Bárbara fue decapitada por su propio padre, a Santa Lucía le sacaron los ojos, a San Andrés le cortaron la nariz y le arrancaron la lengua...
Pedro Sánchez ha decidido también, mutatis mutandis, seguir el camino de los santos mártires y donar su vida y la de los que lo rodean, a la causa. Claro que, stricto sensu y como la cosa no acaba en muerte, habría que hablar de pseudomártir. Un pseudomártir que se ha fijado como objetivo barrer del templo a los pseudopolíticos, a los pseudoperiodistas y a los pseudojueces, porque le están enfangando la sacristía. A él, al último bastión de la socialdemocracia de Occidente, paladín políglota de la democracia y campeón de la tolerancia.
A ver. No me entiendan mal. Me cae bien el chaval. En un océano de políticos mediocres, serviles y corruptos, creados como con inteligencia artificial, pocos como él demuestran destellos de frescura, humanidad y audacia. Pero es que esto de la política en España se parece cada vez más a un popurrí de la canción popular andaluza. El lunes se arrancan por soleares y el martes por bulerías. El miércoles, llorando con una saeta y el jueves, sumidos en el cante hondo. Y claro, el fin de semana, todo de chirigota. Si no fuera un asunto tan serio, parecería hasta divertido.
