Anjel Ordóñez
Anjel Ordóñez
Periodista

Muchos y cobardes

La sobrexplotación de los recursos de todo tipo tiene su origen en el total desprecio por cualquier forma de equilibrio entre lo que consumimos y lo que realmente necesitamos

Es frecuente escuchar a los turistas quejarse de que hay demasiados turistas en los lugares que visitan. Afecta de forma negativa a la experiencia. Algo parecido ocurre en las playas estos días de calor superlativo. No hay manera de colocar la toalla sobre la arena, porque una marea de personal ha decidido acercarse a las costas para escapar de la calorina, arruinando así los planes de quienes esperaban dar un paseo por la orilla desierta y disfrutar del sonido del silencio y las olas.

Somos muchos. Demasiados. La población mundial se acerca ya a los 8.000 millones de almas y pronto sobrepasará la capacidad de carga del planeta. Es decir, faltan pocos años para que el mantenimiento que precisa la población mundial supere la tasa de renovación de los recursos terrestres, especialmente los alimentos. La raza humana es una especie invasora que se reproduce por encima de sus posibilidades y que no duda en invadir nuevos espacios para satisfacer la voracidad de sus necesidades. A día de hoy, apenas el 20% de la superficie terrestre está considerada a salvo de la acción humana. Y si tenemos en cuenta que ese porcentaje incluye los casquetes polares y los desiertos, nos daremos cuenta de la verdadera magnitud del problema.

Somos cobardes. Si hay un problema todavía peor que la superpoblación es el despilfarro. La sobreexplotación de los recursos de todo tipo, especialmente por parte de los países desarrollados, tiene su origen en el total desprecio por cualquier forma de equilibrio entre lo que consumimos y lo que realmente necesitamos. La trágica consecuencia de esta lógica capitalista es la vertiginosa desaparición de los hábitats necesarios para el mantenimiento de la vida animal y vegetal, el empobrecimiento de los suelos fértiles necesarios para alimentarnos y la contaminación global del planeta hasta límites rayanos con la inhabitabilidad. Y lo sabemos, pero miramos hacia otro lado. Nuestra sagrada zona de confort no se lleva bien con los recortes, no tolera la reducción y mira con recelo la reutilización. Síntomas más que evidentes de la autodestrucción.

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