Dice Yanis Varoufakis, exministro de Economía griego, que el capitalismo ha muerto. Y que no es una buena noticia. El sistema económico y social que ha dirigido el mundo desde el siglo XVII ha sido sustituido ya por lo que el heleno denomina «tecnofeudalismo». Las grandes empresas tecnológicas se han constituido en monopolios omnipotentes que operan de forma independiente y por encima de cualquier regulación. Como consecuencia, un puñado de millonarios se han puesto al volante con mano firme, al margen de legislaciones y estados, y nos han hecho sus siervos.
Quizá decir que el capitalismo ha muerto sea mucho decir, al menos de momento, pero Varoufakis no va para nada descaminado en su análisis. La digitalización de la sociedad en la que vivimos camina sin control hacia la fagocitación de todos los niveles, tanto económicos como sociales. Cada minuto que pasa es más difícil escapar del control de una red tejida en múltiples capas, pero que convergen en unas pocas manos: los señores de la nube. El inmenso poder de quienes controlan los algoritmos y los robots de la inteligencia artificial, les permiten ir acaparando de forma exponencial los recursos globales, en detrimento de las clases medias y bajas, abocadas a un empobrecimiento progresivo, sin vuelta atrás. Cada vez se destruyen más puestos de trabajo con condiciones dignas, se dispara la competencia entre los trabajadores y el irremediable resultado es una creciente desigualdad global.
Y lo peor es que, conscientes o no, trabajamos para ellos. Si queremos sobrevivir en un mundo dominado por esas tecnologías digitales que se han vuelto indispensables, nos vemos obligados a firmar un pacto fáustico en virtud del cual cedemos a fondo perdido todos nuestros datos, información pormenorizada de nuestras costumbres, de nuestros hábitos de ocio y consumo, de nuestras relaciones y rutinas. En tiempo real y geolocalizados. Cedemos nuestra vida y la transforman en un valioso contenido mercantil que distribuyen y venden al mejor postor amasando fortunas nunca antes vistas. Nos hemos convertido a la fuerza en sus dóciles empleados y además lo hacemos gratis. Ya somos sus esclavos.