Después de toda una vida entre rejas, Brooks Hatlen abandona la cárcel y se enfrenta a una existencia de teórica libertad que desborda dramáticamente su capacidad para desenvolverse con naturalidad en una sociedad que ha evolucionado mucho más rápido de lo que él podía sospechar entre los muros de la prisión estatal de Shawshank: «Este maldito mundo va demasiado deprisa». El personaje que encarna James Whitmore en “Cadena perpetua”, escrita y dirigida por Frank Darabont en 1994, se sitúa en el centro de una interesante subtrama del filme, en la que Hatlen, tras lograr sobrevivir durante cinco décadas a la extrema violencia del sistema carcelario, apenas aguanta unas semanas las severas condiciones del nuevo orden capitalista de los años setenta y termina por quitarse la vida.
Para quienes hace tiempo que peinamos canas, no es difícil sentir en ocasiones el frío aliento del invisible pero pesado «síndrome de Hatlen». No busquen el término, me lo acabo de inventar. Si la sociedad occidental de los años setenta se vio doblegada por el gélido neoliberalismo que hoy seguimos padeciendo, el mundo del siglo XXI amenaza con convertirse en una suerte de inquietante distopía en la que lo «virtual», lo antes aparente pero no real, va camino de sustantivarse y así convertirse en la nueva y única realidad. No hablo de neoludismo, no reniego de la tecnología, pero observo con preocupación que el timón del desarrollo digital apunta a horizontes que sitúan mi forma de entender la vida, si no fuera, sí en los mismos límites que establecen las vertiginosas coordenadas de esa neorrealidad.
Escribo estas líneas tras un turbador acercamiento a la irrupción en internet de la «inteligencia artificial», que en los últimos meses ha vivido un desarrollo exponencial de tecnologías capaces de abordar con asombrosa eficacia labores hasta ahora consideradas intelectuales. Textos, imágenes, vídeos y hasta libros completos creados por algoritmos en apenas unos segundos. Al alcance de cualquiera, por unos pocos euros. Aún no son perfectos, pero solo es el principio. ¿Del fin?
Síndrome de Hatlen
El mundo del siglo XXI amenaza con convertirse en una suerte de inquietante distopía en la que lo «virtual» va camino de sustantivarse y así convertirse en la nueva y única realidad.
