Arturo Puente
Arturo Puente

Adéu, Ciudadanos

Arrimadas podría pensar lo que quisiera, pero pronto entendió que en Madrid nadie iba a pagarle con poder los servicios prestados en Catalunya, si acaso alguna palmada en la espalda.

La vida a veces te privilegia de forma extraña. A mí me dio por puro azar una butaca de primera fila para ver el nacimiento, adolescencia, vida adulta y muerte de Ciudadanos. Estoy agradecido por haber podido ver todas las fases. Hace una década, acudía cada martes al Parlament para disfrutar de los ingeniosos exabruptos de Jordi Cañas, uno de los pocos tipos que todavía sigue ahí, y que nos enseñó antes que nadie qué significaba el 155, cómo utilizar el lenguaje étnico y revertir su carga en favor de la nación fuerte o cómo actualizar la amenaza judicial para jugar con los miedos y los complejos independentistas.

Albert Rivera dirigía un grupo catalán pequeño y bien apadrinado. Es una de las pocas personas en las que coincide lo peor y lo mejor que se puede decir de él. Era el mismo cuando empezó en política y cuando se marchó. Nunca engañó a nadie que no se dejara engañar y su injustificado ego nunca le permitió aprender nada, por lo que todos sus aciertos y errores fueron predecibles. Se marchó a Madrid como lo que era, un hijo bastardo de la traición del socialismo catalán y del desclasamiento del pujolismo.

Arrimadas es otra cosa. Puro linaje de un falangismo sociológico educado para dar órdenes a bedeles con la cara de Rivera y que hubiese hecho el papel de gobernador civil en 1945 con los mismos objetivos que ejerció la oposición en Catalunya en el 2015. En su favor hay que reconocer que difícilmente medio Govern hubiera ido a prisión durante tanto tiempo si en su lugar hubiera habido una persona que creyera, al menos de forma lateral, en algún principio democrático.

Y, pese a eso, su destino también estaba escrito cuando tomó las riendas del partido. Ella podría pensar lo que quisiera, pero pronto entendió que en Madrid nadie iba a pagarle con poder los servicios prestados en Catalunya, si acaso alguna palmada en la espalda. Ciudadanos se muere y a nadie le viene mal. Aunque su cadáver engorde a Vox, es difícil que la cosa sea peor. Y de paso yo aplaudo el cierre natural de esta función. Trágica y seguramente innecesaria, pero qué buenos momentos nos ha dado.

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