Cualquiera que haya probado un videojuego de disparos, los populares «shooters», sabe que una de las cosas más valiosas es tener ángulo de disparo. No siempre se tiene y muchas veces más vale estar resguardado, pero a veces la vida va en tener una posición desde la que poder hacer mal a tu enemigo sin que él pueda alcanzarte. Creo que la metáfora sirve para explicar una de las razones por las que el independentismo catalán languidece.A los independentistas, al menos a los catalanes, les va mal cuando se ven engullidos en una lógica estatal de bandos, en la que ellos están detrás de uno de los grandes partidos. Y les ha ido bien cuando han sido capaces de enarbolar un discurso en el que ellos están en un lado y todos los demás en otro. La distancia siempre es más peligrosa, por eso no hay que buscarla siempre, pero también es la que permite tener radio de acción política, y por eso nunca hay que renunciar del todo. Esta reflexión se hace pertinente cuando este jueves conocimos el fallo del Constitucional sobre la amnistía. Al declararse legal, todos los partidos involucrados, del PSOE a los independentistas pasando por Sumar, salieron a celebrar la decisión. Creo que, el jueves, celebrar era lo que tocaba. Pero quizás ya el viernes era día de pensar en los efectos que esta conquista ha tenido. Porque no es exagerado decir que el principal producto político de la amnistía ha sido dejar al independentismo sin ángulo de tiro durante años. Habrá quien pueda objetar que este era un peaje que el independentismo había de pagar de todas todas, y me parece un argumento tan aceptable como el contrario: que en realidad la capacidad de tiro la perdió el mismo día que el Estado encarceló a sus líderes sin pestañear. Pero ambas objeciones, entonces, deben acompañarse con otra constatación: desde 2017 ha sido incapaz de levantar cabeza ni de hacer nada que le haga levantarla. La aprobación de la amnistía no resultó en 2023 un arma, sino un calmante, y su aplicación, si llega, no parece diferente.