Arturo Puente
Arturo Puente

España no es Galicia

Feijóo se vende como un líder de la derecha moderada, aunque los compañeros gallegos están cansados de explicar que eso no es real en la práctica.

Alberto Núñez Feijóo arrasó en julio de 2020 en unas elecciones extrañas en Galicia. Igual que ocurrió con las vascas, aquellos comicios se celebraron en plena pandemia y tras haberse tenido que atrasar, y como todas las votaciones del ciclo, arrojaron una cifra muy baja de participación. Pero, sin relación con lo anterior o precisamente por ello, Feijóo se coronó consiguiendo casi la mitad de los apoyos, un porcentaje más propio de otras épocas y otras situaciones parlamentarias.

El presidente de la Xunta ya tenía cierto aura que acabó de consolidar con este resultado. Un prestigio que descansa sobre dos patas. La primera, que Feijóo se vende como un líder de la derecha moderada, aunque los compañeros gallegos están cansados de explicar que eso no es real en la práctica. Pero la cosa cuela de Ponferrada hacia aquí, y me atrevería a decir que también entre una parte del votante gallego. La segunda columna de la buena imagen de Feijóo es que Vox no entró en el Pazo del Hórreo, sede del legislativo.

Sería absurdo explicar este mal resultado de la extrema derecha por un solo factor. Pero es obvio que el sistema de partidos gallego no se ha transformado de la misma forma que el español, que ha pasado en cinco años de un bipartidismo imperfecto a un multipartidismo de bloques donde la derecha se ha fragmentado. En Galicia las cosas han sido diferentes, no solo porque Vox no tenga representación. Tampoco lo tiene Podemos y sus galaxias, mientras el BNG es segunda fuerza. Ni mejor ni peor necesariamente, solo distinto.

Las credenciales de Feijóo, moderación y victoria sobre Vox, son la razón por la que sus iguales le han elegido como príncipe en el peculiar feudalismo autonómico que ahora dirige el PP. Pero sus divisas se han acuñado en las circunstancias gallegas, que solo de allá son propias, y no le valdrán de mucho en Madrid. La primera prueba ha sido Castilla y León, donde Vox se ha metido hasta la cocina del Gobierno. España no es Galicia y el nuevo líder del PP deberá encontrar fórmulas nuevas para hacer que el partido rule. No sería extraño que el Feijóo español sea contrario a la imagen que él mismo se construyó en Galicia.

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