Arturo Puente
Arturo Puente

La lengua superior

El factor fundamental para que este hecho haya molestado tiene que ver con una parte sustancial de la psicología del españolismo: cómo se justifica a sí mismo.

Entre la avalancha de reacciones que ha provocado el descubrimiento de la mano de Irulegi algunas de las más alocadas ocurrieron en las redes sociales. Después de compartir algunas noticias en Twitter sobre la fascinante inscripción descubrí que había un grupo de gente enfadada por el tema, dispuesta a gastar su tiempo en desacreditar el hallazgo y casi se diría que personalmente ofendidos por aquel vasco que escribió «sorioneku» sin su permiso.

Uno ya sabe que en lo relativo al nacionalismo español, la capacidad de sorprender nunca tiene límites. Pero realmente aquello me hizo preguntarme la razón de esa actitud. ¿Acaso a alguien le ofendió la piedra de Rosetta, el mapa de Piri Reis o los guerreros de terracota? Y entonces, ¿a qué viene esta pataleta con el primer texto en euskara?

El factor fundamental para que este hecho haya molestado tiene que ver con una parte sustancial de la psicología del españolismo: cómo se justifica a sí mismo. El Estado, primero la Corona de Castilla y luego la española, lleva cinco siglos pisoteando derechos lingüísticos y miniorizando idiomas bajo el dogma de que el castellano es mejor, más perfecto, más comprensible, con más historia, más obra y más útil para el conocimiento. El español es, en definitiva, uno de los supremacismos lingüísticos más feroces del mundo.

El descubrimiento en Irulegi no le da ningún derecho ni categoría más al euskera, que sería una lengua igual de respetable si tuviera dos milenios o un par de siglos, tanto si se escribía como si no. Las lenguas son todas dignas y los derechos son de los hablantes.

Pero la pieza de bronce dispara en toda la línea de flotación del nacionalismo lingüístico español que siempre había querido presentar el euskara como una lengua sin tradición y ágrafa, no porque pensasen que era así, sino para poder menospreciarla y considerarla inferior al castellano. La lengua autoproclamada superior marcó las reglas del juego y ahora, vaya, ha perdido. Pues que rabien.

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