No había muchos que se atrevieran a pronosticar una victoria de Xavier Trias y menos una tan contundente. Pero sí había quien advertía que Colau podía encaminarse a una derrota amarga. Las razones son múltiples, pero hay una que sobresale. Se había hecho evidente que la apuesta de la alcaldesa en los últimos cuatro años –quizá por error de cálculo suyo o quizá por arrastre de los socialistas– no estaba cuidando su base electoral en los barrios populares. No se estaba dirigiendo a ellos. Ni mucho menos estaba haciendo políticas valientes y pioneras como pregonaba.

En 2019, ante el dilema envenenado de retener la alcaldía o formar un gobierno coherente con ERC, Colau optó por lo primero. Era, como se ha demostrado, pan para hoy y hambre para mañana. Quién sabe si hubiera podido darle la vuelta a la tortilla aprovechando su última oportunidad para hacer lo que ningún alcalde se ha atrevido a hacer nunca, aunque enfadase a sus socios del PSC. No sería justo decir que Colau no ha hecho nada. Pero se ha quedado lejos de lo suficiente.

A la espera de que las negociaciones acaben de encauzarse, es muy probable que la izquierda haya perdido Barcelona ante un Trias que difícilmente traerá algo bueno para la ciudad. No moverá un dedo para frenar un modelo de turistificación que enriquece a unos pocos y lleva a la ruina a la mayoría. Pero es absurdo reprochárselo a él y no decir lo mismo de quien pudo hacer más para revertirlo e hizo menos.

Siguiendo la costa mediterránea hacia el norte, a solo un par de kilómetros, hay otra localidad donde la derecha también ha ganado. Badalona ha votado en masa a Albiol, que gobernará con holgura. Son derechas diferentes y las comparaciones siempre son de trazo grueso, aunque en modelo económico Trias y Albiol no deben de andar tan lejos. Pero comparten algo aún más importante, justo lo que les ha permitido imponerse en ciudades de mayoría trabajadora: ambos han tenido enfrente a izquierdas que se han olvidado de a quién se debían.