Dejar de ser joven es vivir imitando a los viejos. Imitar a los viejos es dejar de querer cambiar el mundo aun a sabiendas de que eso es imposible, pero conscientes de que sin duda es la única forma de vivir con dignidad en él. La categoría joven es tan ambigua, ambivalente y abstracta, que la percepción de la misma la distorsiona y estereotipa. Para empezar, no existe «la juventud» sino las juventudes, por ser diversa en edades, formas de vivir y de ver la vida. En nuestro país, se da una peculiaridad y es que, dentro de esa heterogeneidad maravillosa, existe una parte importante de la juventud que, generación tras generación, lucha por una sociedad sin clases y a favor de la independencia de Euskal Herria, y lo hace sin miedo a la represión o a desviarse de las consignas que tratamos de imponerles.

Lo hacen desde las organizaciones estudiantiles en universidades e institutos, desde las acciones a favor del derecho a la vivienda y la okupación, desde la reivindicación de las fiestas populares, desde el feminismo, desde la denuncia de la destrucción ecológica en nuestra tierra por proyectos como el TAV y otras megainfraestructuras potenciadas por el holding vasco del cemento, contra la industria militar vasca, etcétera.

Se movilizan, se autogestionan y, lo que es más importante, ponen en jaque las tendencias socialdemócratas y reformistas, cuestionando las políticas de claudicación. Son para toda nuestra sociedad, y en particular para la izquierda independentista vasca, un aporte y un revulsivo imprescindible para contrarrestar cualquier tentación que nos lleve a desviarnos de las luchas anticapitalistas, anticolonialistas y antipatriarcales. Luchas, que son la razón de ser una resistencia que se regenera constantemente frente a las tendencias al envejecimiento poblacional e ideológico, a la rancialización política. Por ello, resulta imprescindible potenciar sus acciones, considerarla como evaluadora de las actuales políticas institucionales con el fin de rejuvenecernos frente a la adultocracia imperante.