Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

«Estabilidad» versus «democracia» en el cambio de borbones

Desde el momento en el que Mariano Rajoy ha anunciado que el jefe del Estado se marcha queda convocado el día del periodista cortesano. Por muy campechano que uno sea, resulta difícil tapar las vergüenzas de una institución medieval cuyo actual representante fue nombrado por el dictador Francisco Franco y que ha ejercido como correa de transmisión entre el fascismo y el actual régimen de 1978. Así que hay que esforzarse, porque el balance es atroz. Desde «la emoción en el recuerdo» franquista que presidió la coronación de hace cuatro décadas hasta oscuros episodios como la pistola que «se disparó» contra su hermano cuando «jugaban» a la nada desdeñable edad de 18 años, pasando por su responsabilidad en el 23F, las corruptelas familiares, sus innombrables amigotes y su papel de jefe militar que garantice la «unidad de España». Menuda carrera. En cualquier caso, blanquear una corona, en todas las circunstancias y en pleno siglo XXI, resulta un gran ejercicio de malabarismo dialéctico. Lo cual no implica que los representantes del «consenso» lo intenten. A partir de ahora, como siempre ha sido, el amante de la caza de elefantes será presentado como el inventor de una democracia. Por arte de birlibirloque, su pasado fascista será «pecadillo de juventud», su privilegiada e inviolable figura, un pilar del Estado y su papel de «garante de la integridad de España», un loable puñetazo en la mesa frente a los pérfidos vascos y catalanes que osan querer votar para decidir su futuro. Las elegías a la transición tras el fallecimiento de Adolfo Suarez solo fueron un entrenamiento.

El problema no es solo de los informadores genuflexos sino de todo el régimen, que se enroca en un momento de crisis estructural. Desconozco las razones reales del Borbón para dejar el trono, Lo que sí que tengo claro es que la operación será enemiga acérrima de la democracia. Tanto el actual inquilino de Moncloa como el jefe de Estado han puesto énfasis en el concepto de «estabilidad» al explicar el cambio. También PP y PSOE, que han actuado en formato «gran coalición» en uno de esos momentos en el que los pilares del sistema lo requieren. María Dolores de Cospedal ha defendido la «estabilidad institucional». Alfredo Pérez Rubalcaba, la «normalidad», también insitucional, que viene a ser lo mismo. Ninguno ha aceptado preguntas. Cierren filas. Circulen. No hay nada que ver. También da la sensación de que el proceso será rapidito. Que en menos de dos ó tres semanas quieren tener a Felipe VI al frente. Un contexto propicio para la corte de hooligans mediáticos que se dejarán en casa el traje «juancarlista» para estrenar uniforme «felipista» en versión 2.0.

La «estabilidad» como hoja de ruta de cara al cambio de borbones es antónimo de democracia. Es garantía de que nada cambie, de que todo siga tal y como lo diseñaron las élites hace cuatro décadas, que elegir se limite a Cánovas y Sagasta cada cuatro años y que no vengan esos tipos raros con ideas locas acerca de soberanía, justicia social y derechos. Claro, que la visión que tanto caló durante muchos años, ahora mismo empieza a agrietarse. Y en ese contexto de crisis en el que hasta el turnismo ha recibido un importante golpe electoral, no comprendo bien la estrategia del régimen. Si cada vez más españoles desconfían de la clase política, ¿qué les hace pensar que se van a dejar embaucar por un tipo cuyo gran mérito es ser hijo de su padre? Al mismo tiempo, ¿no piensan que insistir en un mensaje unívoco en Génova y Ferraz es mantener fervientemente en la estrategia que les ha llevado a perder apoyos? Da la sensación de que todo lo que se desarrolle a partir de ahora será chapuza, impunidad y tocomocho y que se improvisa más de lo que se reconoce. «Marca España» en estado puro. También es posible que, ante la incertidumbre, el Estado haya optado por amarrar, ahora que tiene una mayoría absolutísima entre PP y PSOE, antes de esperar año y medio arriesgarse a encontrar un Congreso no tan dócil. El «búnker» se construye a base de «estabilidad». Y la mejor receta, a ambos lados del Ebro, es movilización y democracia.

PD: Sobre la demanda de referéndum, copio lo que dice una amiga en Facebook: «De la misma manera que no podemos votar para decidir si reinstauramos o no la esclavitud no podemos votar para elegir una forma de estado antidemocrática».

 

 

 

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