Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Cocodrilos en el Nilo (¿Y si la cuenta de Mursi la pagan los palestinos?)

En algo más de una semana, el presidente egipcio, Mohammed Mursi, ha pasado de presentarse como todopoderoso faraón que negocia el fin del ataque israelí contra Gaza a lidiar con una plaza Tahrir que vuelve a revolverse, esta vez, contra los Hermanos Musulmanes. Al margen de cuestiones temporales, ambos símbolos, la plaza que resume un año de revolución y los eternamente machacados palestinos, tienen mucho que ver entre sí. Como cuenta Olga Rodríguez en su libro "Yo muero hoy", muchos de los activistas que lideraron la resistencia contra Hosni Mubarak tuvieron su despertar político con la solidaridad hacia Palestina. Una adhesión mayoritaria entre la población egipcia que fue despreciada por el régimen para seguir sacando tajada de sus buenas relaciones con Israel y EEUU (tradición, por cierto, heredada gustosamente desde la paz firmada por Anwar Al Sadat).

Ahora, con la victoria electoral de los Hermanos Musulmanes, se ha producido una deriva del debate público hacia un interesado «islamismo vs laicismo» en el que, me temo, los progresistas y revolucionarios tienen mucho que perder, como ya ocurrió en Túnez. Y en esta tesitura cambiante, donde los antiguos antagonistas aparecen como compañeros de cama interesados, los palestinos pueden terminar recibiendo en su propio trasero la patada que diversos sectores opositores quieren dar a Morsi.

Me explico. En Tahrir, preguntando acerca del papel del «rais» en la negociación entre palestinos e Israel, encontré bastante suspicacia. Además, mensajes contradictorios. Todo se resume en lo que me decía un militante izquierdista, comprometido con las revueltas desde antes del 25 de enero. "Mursi ha cedido más incluso que Mubarak. Sin embargo, se presenta como líder porque Hamas es una mera rama de los Hermanos Musulmanes. Los palestinos, como cualquiera, son bienvenidos. Pero que se cuiden de interferir en los asuntos egipcios". En medio de la polarización, hallé rumores que sospechaban sobre palestinos (de Hamas, siempre) "contratados" para generar problemas en Tahrir. O dudas sobre la disposición del presidente egipcio para ceder parte del Sinaí, bien para actividades militares (dependiendo del interlocutor hablaba de Israel o EEUU), o bien a Gaza, dentro de un acuerdo más amplio. Nadie se atrevería a poner en cuestión la legitimidad de las demandas palestinas pero, mediante las sospechas, se pone la primera piedra para señalar con el dedo.

En Tahrir siguen vendiéndose banderas palestinas que, al contrario que las tunecinas, desaparecidas de los puestos, siguen consideradas como el símbolo de la resistencia por antonomasia. Sin embargo, la historia nos ha enseñado que este pueblo tan maltratado muchas veces se ha visto obligado a pagar las cuentas que no le correspondían en lugares a donde les habían obligado a marchar. Siempre habrá interesados que traten de desviar las culpas o que traten de reubicar la discusión pública hacia terrenos pantanosos para sacar réditos. Y no resulta extraño que sectores del antiguo régimen, tan cómodos en sus mesas redondas con los sionistas, intenten ahora azuzar a la gente para que luche entre sí y mientras que ellos se escabullen de puntillas.

Claro, que la conciencia revolucionaria, que es mucha en el epicentro de la rebelión egipcia, tiene claro a quién no hay que dar la mano. Y que una Palestina libre es indispensable para un mundo árabe libre. Y que ambos procesos (el palestino y el egipcio), son complementarios y se ayudan mutuamente. La cizaña queda para los intereses oscuros.

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