Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

El país del «o no será»

A fuerza de colocar apellidos nos hemos convertido en el país del «o no será». «El cambio será euskaldun, o no será». «El cambio será feminista, o no será». «El cambio cerrará a la hora que yo considere adecuada los bares del Casco Viejo de Iruñea, o no será». «El cambio tendrá la fiscalidad que yo creo imprescindible, o no será». Con apenas un año de instituciones del cambio en marcha hay sectores más preocupados por explicarnos por qué todo sigue igual en Iruñea o Nafarroa que en sacar pecho de lo avanzado y afianzar las bases para que el proyecto no caiga en las próximas elecciones. Atrincherados en el esencialismo, hay «lobbys» que eluden medir sus verdaderas fuerzas y, o no caen o no quieren caer en la cuenta de que, ante semejante disyuntiva, uno puede encontrarse con una desagradable respuesta: «si el cambio es así, que no sea».

No hay mal que por bien no venga. La contestación, en apariencia negativa, sirve como bálsamo para quien vive instalado en el siempre satisfactorio sueño de los puros. Tan seguro como estaba, antes incluso de dar un paso, de que poco o nada se conseguiría desde el Gobierno de Nafarroa o el Ayuntamiento de Iruñea, el agorero impenitente podrá atrincherarse en el impúdico «te lo dije» y demostrar empíricamente que «contra UPN vivíamos mejor».

En el mundo de las calificaciones fiscales en 140 caracteres habrá quien considere que esto es un ataque contra el feminismo, el euskara, los vecinos del Casco Viejo de Iruñea o los inspectores fiscales. Nada más lejos de la realidad, pero ya voy preparando mi alegato. Me duele ver cómo elementos indispensables para la construcción de una alternativa política terminan reducidos a mazos con los que aporrear al supuesto aliado y convertidos en una especie de test de la pureza que pocos están en condiciones de superar. Porque no solo vale con pasar el propio. Existen decenas de minitest a cada cual más exigente. Es como si alguien preparase un evento para miles de personas y, en la puerta, colocase varios seguratas con un cartel de «prohibido gente normal».

Puede parecer una locura, pero el principio de realidad es imprescindible para la acción política. Y hace un año no se asaltó el Palacio de Invierno, sino que se obtuvo una ajustada y plural mayoría. Esta premisa nos obliga a recordar también que tanto el Ejecutivo de Uxue Barkos como el gabinete de Joseba Asiron se construyen, con sus diferencias, a partir de un pacto diverso. Quizás haya quien piense en términos de derrota cuando comprueba que estos doce meses no han sido suficientes para imponer un programa de movimiento que ni siquiera comparten tus socios. Yo, por el contrario, considero que existe una oportunidad: la de confrontar los acuerdos de mayorías plurales frente al régimen que gobernó para unos pocos. Claro que para eso hace falta generosidad, paciencia, empatía y muchísimo trabajo. 

Este no es un alegato defendiendo el cheque en blanco. Sin una sociedad civil organizada y siempre vigilante es imposible afianzar los cambios políticos. Hay mucho que revertir y más por levantar. Sin embargo, tengo la sensación de que, en términos generales, no hemos encontrado la fórmula de movilización y acompañamiento acorde con gobiernos del cambio. Es como si el abc de «indignación + manifestación» cobrase un nuevo sentido, más beligerante y más rabioso contra quienes, de repente, ubicas en el otro lado de la barricada. Sin una estrategia general, cada pequeño «lobby» convierte el todo en parte y termina clamando ante la primera incoherencia que «este no era el cambio». En serio, puede resultar muy satisfactorio en un primer momento, pero parece que se olvide que si hoy en día existe un Gobierno alternativo en Nafarroa es porque se alinearon los astros y Ciudadanos no obtuvo los 300 votos que hubiese reubicado la balanza en favor del régimen.

No se puede actuar igual cuando se trabaja para tumbar al «establishment» y cuando se está en proceso de construcción de la alternativa. 

 

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