Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Explicar los logros para consolidar el cambio en Nafarroa

El antiguo régimen navarro ha calculado que le basta con cerrar filas y lograr que los suyos voten en masa para recuperar el poder. Escuché esta reflexión al periodista Juan Kruz Lakasta y la comparto absolutamente. Más aún cuando observo cómo UPN, PSN y PPN se han atrincherado en el discurso identitario, el «que vienen los vascos», la euskarafobia y la defefensa de la españolidad como único argumento que les permita regresar al Gobierno. Consideran las tres patas del «establishment» del herrialde que, teniendo en cuenta que el cambio plural llegó a Nafarroa gracias a los 300 votos que le separaron a Ciudadanos de entrar en el Parlamento foral, con azuzar la guerra de la identidad es suficiente para regresar al estado natural de las cosas, con UPN gobernando y el PSN de fiel muleta.

Que Uxue Barkos haya tenido que comparecer hasta en siete ocasiones para hablar sobre la ikurriña, los titulares absolutamente mentirosos de «Diario de Navarra» o «Navarra.com» (¿alguien se atreverá a poner una querella para recuperar un dominio que debería estar en manos de la administración?) sobre la derogación de la Ley de Símbolos o un discurso antieuskara que baila entre la defensa de la discriminación y la apología del analfabetismo marcan el búnker identitario en la que se han atrincherado José Javier Esparza, Ana Beltrán o María Chivite. Los dos primeros, compitiendo a ver quién dice la burrada más gorda, no vaya a ser el que el contrario le arrebate espacio en la derecha navarra, siempre tan ilustrada. La del PSN, el partido menguante desde hace décadas, como pollo sin cabeza. Por suerte, es incapaz de comprender que su única oportunidad hubiese sido dejarse seducir por aquellos sectores del cambio deseosos de aparcar a EH Bildu y sacar a jugar a los de Sarasate. Una opción cada vez más alejada de la realidad si se toma en cuenta el discurso reaccionario y antidemocrático de Chivite y los suyos, decididos a permanecer como apéndice de UPN.

El antiguo régimen quiere vender la idea de que el cambio fue una anomalía en Matrix, cuatro años de locura transitoria antes de devolver a Nafarroa a la senda del regionalismo españolísimo y la teoría del quesito. Confía en el discurso identitario como ariete único para borrar de la mente de los navarros tantos años de corrupción, despropósitos económicos y marginación de una parte de la sociedad. Para evitarlo, los grupos del cambio deberían saber dónde ubicar bien la discusión, salirse del marco estricto de las banderas y situarse en el de la pluralidad y la democracia. Aún haciéndolo bien, no creo que baste. A ello habrá que añadirle un mensaje claro sobre qué es lo que el Gobierno de Barkos (y el Ayuntamiento de Joseba Asiron) está consiguiendo, no solo en el ámbito institucional, sino en la extensión de derechos sociales.

Construir un relato es dar argumentos sencillos, que puedan ser utilizados en la batalla de la calle por los defensores del modelo plural. Que mi madre, cuando baje a comprar el pan, sepa cómo responder al votante de UPN o PSN que se pasa media vida en la cafetería despotricando contra Barkos o Asiron. Que tenga un arsenal de razones. Que mi vecino del quinto, la panadera o el que atiende en el Eroski dispongan también de esa munición dialéctica. Hay que alimentar la satisfacción de quien aspiraba a una Navarra diferente, explicar hasta dónde se ha llegado, poner metar razonables y hacer partícipe a una mayoría plural que aguanta día a día cómo los medios del antiguo régimen pisan el acelerador en su campaña de acoso y derribo.

Recientemente, me gustó Koldo Martínez en un debate en Navarra Televisión. Ante los embites de dos contrarios (no sé si eran de UPN, PSN o PPN, todos ellos me parecen iguales), enumeró leyes como la de Vivienda, la que garantiza el derecho a abortar o los dos presupuestos aprobados, frente a la paralización de la época de Yolanda Barcina. Para explicar qué es lo que se está haciendo no basta con los discursos de los portavoces. Es imprescindible poner instrumentos en manos de los ciudadanos. Una responsabilidad que corresponde a partidos, instituciones y, de otra manera, evidentemente más crítica, a los movimientos sociales. Vicios como el no comunicar o esperar que sean otros los que lo hagan son una trampa moral que paraliza la acción del cambio.

Habrá quien piense que todavía queda mucho recorrido, que han pasado dos años y que falta mucho por hacer. Estoy completamente de acuerdo. Pero sin poner en valor lo logrado hasta el momento me parece muy difícil consolidar el nuevo modelo y apuntalarlo para que, dentro de dos años, el antiguo régimen siga mirando al palacio de Nafarroa desde la barrera.

 

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