Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Herrira (escotilla para Hala Bedi)

Esto no es una escotilla, sino la crónica anticipada, la descripción escrita con horas de antelación, de lo que ahora me rodea. Frente a mi, la Audiencia Nacional española, que por mucho que le hayan lavado la cara a su fachada sigue simbolizando un fortín siniestro. Por aquí tendrán que pasar, estarán ya encerrados en sus calabozos, 18 ciudadanos vascos a quienes la Guardia Civil arrancó el lunes de Euskal Herria por defender algo tan básico como los derechos de los presos políticos. Por eso mismo, podrían, ojalá que no, convertirse ellos mismos en presos políticos. Menuda paradoja cruel. Como también lo es el hecho de que hace una semana, un juez de este mismo tribunal de excepción se negase a detener a dos torturadores franquistas que descansan plácidamente a pocos kilómetros de aquí. Por el contrario, otro magistrado sí que fue diligente y envió a decenas de agentes armados para seguir cerrando ese círculo del que parece que los vascos nunca logramos liberarnos. Pero sigamos con la descripción. Porque nos separa una pequeña carretera, pero al otro lado, 18 familias y novios y amigas y vecinos y vecinas que esperan con angustia la decisión arbitraria de un togado. Manda cojones que muchísima gente respirase aliviada el martes por la nohce cuando, tras ser asistidos por sus abogados, los arrestados comunicasen que no habían sido torturados. Manda cojones que lo que debería de ser norma en un lugar civilizado, que es básicamente no tener miedo del agujero negro de la comisaría, sea recibido aquí como un bálsamo. Entre mierda y una puta mierda, siempre es mejor no llegar a lo más profundo del subsuelo ético, que en Euskal Herria se ubica, básicamente, en los sótanos de Intxaurrondo. Ni siquiera voy a hacer la pregunta retórica que tanto hemos repetido estos días sobre por qué, casualidades de la vida, los detenidos en régimen de incomunicación se autoinculpan mientras que quienes tienen garantías se permiten no declarar. La pequeña carretera marca una línea roja. Con ellos, con los perseguidos, o con los otros, los enemigos de la paz. Hay momentos en los que a uno le gustaría cavar un foso en el Ebro. O un puto muro de nueve metros de alto.

 

Esta es la escotilla de hoy en Hala Bedi Irratia.

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