Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Intrusos en el Congreso

Una de las primeras ocasiones en las que pisé el Congreso español me quedé petrificado cuando un bedel salió tras mis pasos y me recriminó: «vístase con decoro». No sería la única oportunidad en la que he podido comprobar el clasismo de una institución que, en formas, se acerca más a un elitista salón de té decimonónico que a la representación política del siglo XXI. Que se lo digan al diputado abertzale a quien, hace algo más de tres años, otra parlamentaria del PP le afeó en mitad del ascensor, cuando no tenía escapatoria, que a la Cámara Baja no se acudía «en mangas de camisa». O a ese otro que, tras indicar que era miembro de Amaiur, se encontró con un horrorizado «no puede ser, si eres normal». Hasta hoy por la mañana gente como Sabino Cuadra, Alberto Garzón o Joan Tardá eran minoría hasta en el Grupo Mixto y su presencia destacaba entre un uniforme que es más que el traje y la corbata: es tener la conciencia de formar parte de un club cerrado en el que las formas más mundanas son consideradas una extravagancia.

Siempre me ha dado la sensación de que el Congreso era un lugar hostil, y no solo por ser una institución de un país al que no quiero pertenecer, sino por cuestión de estatus. Hoy, sin embargo, el ambiente era distinto. No hablo de la caricatura del «rastas y timbales», que para ser de izquierdas no hay que vestir harapos, sino la constatación de que había mucha más gente normal, comprometida, con sus virtudes y sus defectos pero de otra pasta, de esa con la que puedes compartir aula, puesto de trabajo, pancarta o barra de bar. Se respiraba de otra manera.

Dicho esto, no pretendo comprar el mensaje que ha lanzado Podemos de que con su irrupción en San Jerónimo «la gente normal» ha entrado por primera vez al Congreso. Sigo emocionándome con el discurso en el que Jon Idígoras, obrero y abertzale, dejó constancia de los vicios del sistema español con una claridad que tiene vigencia hoy en día. A Josu Muguruza ni siquiera le permitieron tomar su acta: le mataron en el hotel Alcalá 24 horas antes de ser oficialmente diputado. La lista no es excesivamente larga, así ha sido el sistema político español, pero existe. Así que entiendo que haya personas a las que les duela un «adanismo» comprensible por estrategia discursiva pero que hiere. Estoy seguro de que molesta aún más en otras tradiciones al otro lado del Ebro, que verán con desazón un mensaje que choca con el «porque fueron somos, porque somos serán» con el que tomó posesión Iñigo Errejón.

No obstante, creo que a veces el enfado nos impide ubicarnos en sensaciones mucho más gratificantes. Y yo, en este caso, prefiero quedarme con la parte buena, con la de que hoy el Congreso español es más plural y mucho más amable. Con la certeza de que con gente como la que conforma Podemos o Unidad Popular en sus instituciones, el Estado español será un buen vecino de la futura República Vasca. Que podremos ayudarnos en la pelea contra esa Europa que nos ahoga. Y en el fondo, estoy seguro de que cualquier persona que aspira a un mundo más justo y democrático disfrutaría igual que yo viendo cómo quienes han considerado durante mucho tiempo que la Cámara Baja era un coto reservado para élites ayer miraban con incredulidad y algo de desprecio cómo un montón de «intrusos» campaban a sus anchas.

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