Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Madrid

Un incrédulo «¿qué tal en Madrid?» ha sido una de las interrogantes que más me he encontrado en dos semanas de regreso a Euskal Herria. Hace más de un año, cuando crucé el Ebro para ejercer como plumilla en la Corte, escribía en el cuaderno de campaña que «bajar a Madrid ha constituido un sinónimo de dolor, sufrimiento y angustia». Por desgracia, para decenas de vascos eso sigue inamovible. Estos doce meses parecen lustros después de la exibición de austericidio que no ha hecho sino confirmar la crisis estructural que tantos años llevábamos anunciando. Sin embargo, creo que es necesario reconocer la cara «B» de una ciudad libertina donde se grita «abajo el régimen» y se intenta construir un mundo que merezca un poco más la pena ser vivido.

Un Madrid que se encuentra en la huelga, en el piquete juvenil que invita «amablemente» a cerrar el McDonalds de Atocha al grito de «lo llaman hamburguesa y no lo es». En las dignas, dignísimas mujeres que han montado su tienda de campaña frente a Bankia y le dicen a la puta cara del monstruo que con su casa no se juega. En los trabajadores de Telemadrid, que tras una década de pelea contra «TeleEspe» y el TDT Party se van a la calle, no sin plantar batalla, y en el joven Alfon recordando, nada más salir de la cárcel, que no es «ni el primer preso político ni el último» en el Estado español. En los sanitarios, que cortan el Prado con batas blancas y en las barricadas del 14N que desarbolaron a unos policías lamentablemente envalentonados. Un Madrid que tiene claro que este sistema no se se sostiene y donde, aunque sea en el imaginario colectivo, la pancarta de «no pasarán» sigue colgada en la entrada de la plaza Mayor.

Es cierto que este retrato fija su mirada en una burbuja. Ese sitio indeterminado donde nadie vota el PP en medio de su mayoría absoluta y donde se comprende que los vascos tenemos derecho a decidir nuestro futuro. Pero teniendo en cuenta que vamos a ser vecinos, no puedo evitar expresar mi empatía por quien construye desde abajo una sociedad alternativa. Como dice Marv, el grandullón de «Sin City, «tengo la senación de que «los viejos tiempos, los malos tiempos, los tiempos del todo o nada. ¡Están de vuelta!». Y como el internacionalismo es la ternura de los pueblos, espero su victoria. Jon Garai, portavoz de Herrira, decía en su carta a la opinión pública española que «con la paz, todos y todas vamos a ganar». Tiene razón. Madrid nunca debería de ser más ese sinónimo de Audiencia Nacional y RioFrío. Por el bien de todos. Como también tengo claro que vencer la guerra contra el sistema es algo bueno, en nuestro país y al otro lado del Ebro.

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