Koldo Campos
Koldo Campos
Memoria que respira y pan que se comparte

¡Dios bendiga a Jack!

Lo que no aclaraba esa recua de cínicos sinvergüenzas que gobiernan los destinos de Europa, cómplices y encubridores de los sionistas, es cuál debe ser la proporción debida, hasta donde debe llegar la muerte y el horror.

(Del "Diario íntimo de Jack el Destripador")

Sí, es verdad, yo nunca he disfrutado los beneficios de una buena reputación. Tanto durante mi estadía en Londres como ahora en Santo Domingo, soy consciente de que he sido utilizado como somnífera amenaza nocturna contra la infancia desvalida y desvelada. Padres y madres irresponsables no han encontrado otro argumento para incentivar el estudio en sus hijos o estimular la ingesta de sopa, que apelar a mi persona como referencia de lo que el devenir reserva a quienes no se apliquen en sus obligaciones académicas y alimenticias.

Ni siquiera el fino corte de mis trajes, mi pulcra manera de vestir, mis elegantes maneras y ademanes, han servido para paliar esa maledicencia con que siempre se han referido a mi persona los medios de comunicación, a quienes hago responsables de la fama que cargo.

Y es que nunca he contado con las ventajas de un experto asesor de imagen o de un brillante portavoz que sepa adecuar mis degüellos y destripamientos a la terminología en uso, a un lenguaje que explique mejor que la sangre la bondad del cuchillo.

Cansado estoy de leer como los muertos provocados por los tantos bombardeos de matarifes con licencia bélica, sea en Iraq, Afganistán o Palestina, son achacados a errores que, incluso, se lamentan antes de volverlos a perpetrar, como si la capacidad de cometer errores, que no voy a negar es un derecho, pudiera ser también un oficio.

Por error, bombardeó la OTAN capitaneada por Solana IV el Magno durante la guerra de los Balcanes, la Embajada china, algún que otro medio de comunicación, el zoológico de Belgrado y hasta refugiados kosovares que huían de la guerra. Por error, han bombardeado las tropas estadounidenses y occidentales en Iraq y Afganistán a feligreses que oraban en mezquitas, a asistentes a bodas, a niños que jugaban fútbol, a periodistas asomados al balcón de su hotel, a canales de televisión como Al Jazzera... Por error, ha bombardeado Israel en Líbano y Palestina, centros de Naciones Unidas y vehículos de la Cruz Roja y de la Cruz Verde...

¿Y es que yo soy menos? ¿Y por qué no voy yo, también, a cometer errores?

Se ha pretextado en el pasado hasta la falta de mapas para justificar los constantes y mortales errores. Hace algunos años, en los Alpes italianos, un teleférico se desprendía con una veintena de alpinistas dentro al ser cortados los cables por un avión militar estadounidense que acostumbraba a hacer acrobacias aéreas a su alrededor porque, según confesó el piloto para consuelo de los muertos, el teleférico no estaba en su mapa. Meses más tarde era bombardeado un puesto de control en Vieques, Puerto Rico, por otro piloto estadounidense durante unos ejercicios militares, muriendo un isleño. El piloto del bombardero reconoció no disponer de un mapa en el que se identificara el puesto destruido ni el boricua. Y casi al mismo tiempo, en el Mar de Japón, un submarino nuclear estadounidense emergía, de improviso, y se llevaba por delante a un barquito escuela japonés con su tripulación y una docena de estudiantes. El barquito tampoco aparecía en el mapa.

¿Y por qué yo no voy a poder alegar la falta de mapas a la hora de equivocar un degollado?

Cuenta Eduardo Galeano, por cierto, mi escritor favorito, que en 1984 el Departamento de Estado de los Estados Unidos, curándose en salud, decidió suprimir la palabra «asesinato» en sus informes sobre violación de derechos humanos en Latinoamérica. En lugar de «asesinato» debía decirse «ilegal o arbitraria privación de la vida». Y ya antes, la CIA, en sus manuales, en lugar de «asesinar», «neutralizaba» a sus enemigos.

¿Y por qué yo no voy a poder privar ilegal o arbitrariamente de la vida a un sinvergüenza o convertirme en Jack el Neutralizador?

Toda Europa, incluyendo al gobierno español, censuraba amablemente al estado israelí tras su última masacre en Palestina «la desproporción de la respuesta». Además de dar por buena la versión de la respuesta, que las agresiones israelíes nunca son iniciativas, lo que se lamentaba no era la respuesta en sí, sino su desproporcionada proporción.

Lo que no aclaraba esa recua de cínicos sinvergüenzas que gobiernan los destinos de Europa, cómplices y encubridores de los sionistas, es cuál debe ser la proporción debida, hasta donde debe llegar la muerte y el horror.

¿Era desproporcionado usar fósforo blanco o entraría dentro de una proporción que se respete experimentar en Gaza con nuevos y terroríficos explosivos?

¿Hubiera sido más ajustado a derecho para los líderes europeos que la banda criminal sionista mantuviera su proporción de espantos solo por las mañanas, o las limitara, únicamente, a funciones nocturnas?

¿Y por qué a mí no se me reprocha, simplemente, la desproporción de mis degüellos?

La excusa de armas de destrucción masiva en poder del enemigo no hace falta que explique las consecuencias que ha acarreado ni las vidas que todavía está costando. Y ninguno de los sanguinarios matones que apelaron a semejante patraña ha sido, ya que no enjuiciado por algún tribunal, siquiera descalificado por los medios de comunicación. «Cuando yo no lo sabía nadie lo sabía» se justificaba recientemente el del bigote gilipollas o el gilipollas del bigote, que uno y otro vienen a ser Aznar.

¿Y por qué yo no voy a poder pretextar un arma en las manos de mi destripado?

Ni siquiera pido, como Aznar, la medalla de oro del Congreso de los Estados Unidos por mi noble proceder. Solo el derecho al buen nombre y a la fama que los medios de comunicación siguen dispensando a tantos homologados asesinos.

Un terrorista como el agente de la CIA Posada Carriles, capaz de volar por los aires un avión comercial cubano con 74 deportistas, fue calificado por el periódico "El País" como partisano. El que fuera secretario técnico de los Estados Unidos, Louis Caldera, tras verse obligado a cerrar hace algunos años la Escuela de las Américas para abrir en su lugar el Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación de Seguridad, definió a algunos de los alumnos de esa escuela: Pinochet, D'Aubuisson, Ríos Montt y otros homicidas de parecida catadura, como «granujas». El ex presidente estadounidense Ronald Reagan llamaba a su ejército de asesinos mercenarios que llevó el terror a Nicaragua en la década de los ochenta «paladines de la libertad». George Bush tildaba a los talibanes de «combatientes de la libertad» cuando estos destripaban rusos. Y años antes, el secretario de Estado de los Estados Unidos, Cordell Hull, calificó al genocida dominicano Trujillo como «uno de los más grandes hombres de América».

¿Y por qué yo no puedo ser un partisano, un granuja, un paladín, un combatiente, un gran hombre de América y del mundo?

«Mejor que una palabra es esgrimir una palabra y un revólver» decía el secretario de Estado Donald Rumsfeld.

¿Y por qué no una palabra y un cuchillo?

Si a todos estos asesinos en serie les es dado el privilegio de organizar guerras preventivas y humanitarias, de efectuar bombardeos de rutina, de enviar a sus uniformados asesinos en misiones de paz y matar en nombre de la vida, ¿por qué yo no voy a poder, también, realizar destripamientos preventivos, degüellos humanitarios o apuñalamientos de rutina? ¿Por qué no pueden convertirse mis destripados en daños colaterales?

«Dios bendiga a América» han insistido siempre los presidentes estadounidenses antes de acometer sus canalladas

¿Por qué Dios, que en boca de tantos innombrables ha bendecido tantos crímenes perversos, no va a poder, también, bendecir a Jack el Destripador?

(Preso politikoak aske)

Bilatu