Koldo Campos
Koldo Campos
Memoria que respira y pan que se comparte

El Hola, Diana de Gales y Soledad de Quito

La noticia contaba con desoladora elocuencia, aunque ese no fuera su propósito, la enajenación que provocan los programas y revistas llamadas del corazón

Me encontré la noticia unos días después de que muriese en París la princesa de Gales. Ocupaba una esquina inferior de una de esas páginas a las que ya no les caben más anuncios por lo que el jefe de redacción decide completarla con alguna noticia, a ser posible, entre exótica y truculenta.

Y la noticia contaba con desoladora elocuencia, aunque ese no fuera su propósito, la enajenación que provocan los programas y revistas llamadas del corazón.

La noticia hablaba de Soledad López, una mujer ecuatoriana, de 32 años, con tres hijos entre pecho y espalda, un marido alcohólico y una modesta vivienda en alquiler provista de dos piezas y una única ventana, situada en un suburbio de Quito.

Soledad se ganaba la vida que perdía vendiendo café en una calle no muy lejos de su domicilio, consciente de que nada nuevo había de reportarle el día siguiente que no fuera el calendario.

Soledad nunca había estado en Inglaterra, ni asistido a recepción alguna en el Palacio de Buckingham, tampoco había conversado, siquiera alguna vez, con la reina madre, el príncipe,los infantes u otros miembros de la corte, de cualquier corte, pero se emocionó cuando supo que Diana, por fin, iba a ser princesa; que, felizmente, su futura suegra había dado el consentimiento; que la boda haría palidecer el mejor cuento de hadas.

Soledad no fue invitada a la boda, tampoco pudo enviarle una felicitación a la princesa por sus festivas nupcias, pero nada contuvo su alegría cuando supo que la princesa iba a ser madre y, como Diana, también Soledad participó en aquel desfile de modas prenatal a beneficio del hambre en Etiopía.

Soledad no estuvo en el noble parto ni asistió al regio bautizo, pero sintió un nudo en la garganta cuando se enteró de que el matrimonio de su princesa y Carlos naufragaba, cuando supo que el príncipe tenía una amante y que estaba pensando divorciarse, cuando leyó que dormían en alcobas separadas.

Supo también que la familia real no terminaba de aceptarla, que Diana se había mostrado deprimida luego de asistir a la tradicional caza del zorro... y, cada vez más cerca de su princesa, siempre con ella, al lado, visitó hospitales, hipódromos, iglesias, estudios de televisión; al igual que la princesa también se puso su negro traje de noche, sus desenfadados jins, sus botas de amazona, su pamela verde… y siempre con su princesa al lado se bañó en la Riviera, jugó al tenis en Londres y paseó por Nueva York en la última exclusiva de una agitada semana.

Una noche, una trágica noche para Soledad de Quito, los medios de comunicación que habían dado vida a su princesa, también se ocuparon de su muerte, y la campesina ecuatoriana, enajenada, no pudo soportarlo. Antes de que sus hijos volvieran de la calle y su marido volviera a golpearla, dejó escrita su pena por la muerte de Diana de Gales, se ató una soga al cuello y se colgó de su única ventana.

(Preso politikoak aske)

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