La política como espectáculo ha llegado al clímax con el reelegido presidente de EEUU. Su actividad política reducida a publicidad y propaganda en torno a su persona. Un insoportable narciso necesitado de vender liderazgo. «Me merezco el Nobel de la Paz, he parado siete guerras en siete meses», una mentira tras otra y parece no importar demasiado. De ahí el humillante bochorno de la cumbre de paz en Egipto. Una nauseabunda ceremonia con Trump como única estrella. Treinta presidentes de gobierno esperaron cuatro horas el advenimiento del nuevo Mesías, un tarado al que rendir pleitesía. Venía de darse un baño de aplausos en el parlamento israelí: «Una propuesta de paz que pone fin a la guerra logrando todos nuestros objetivos», afirmó Netanyahu. El presidente del parlamento: «Siempre será recordado no como un presidente más, sino como un gigante de la historia judía. Tendríamos que retrotraernos 2.500 años para encontrar a otro, Ciro el Grande. Es usted un coloso que quedará consagrado en el panteón de la Historia. El mundo necesita más Donald Trump». «Habéis usado muy bien las armas que os dimos», respondió el aludido, «la paz se construye a través de la fuerza», «hay que reconstruir Israel haciéndola más fuerte y más grande». Meridianamente claro, ¿alguien puede albergar la más mínima duda de las intenciones del tándem Trump-Netanyahu con relación al plan de paz? Un simulacro con el que continuar un genocidio que les reportará pingües beneficios, con árabes y europeos de palmeros.Y ahora, a por el petróleo de Venezuela. La Nobel de la Paz Corina Machado dedica su premio a Trump y afirma que «Maduro va a dejar el poder con o sin negociación». El ejército yanqui bombardea embarcaciones venezolanas asesinando a sus tripulantes. Trump da permiso a la CIA para intervenir en Venezuela, como si hubiera dejado de hacerlo en algún momento.Está claro, nada nuevo, el Imperio necesitado de materias primas y mercados. Pero, ¿y los derechos humanos? ¿Y la democracia? Por el Arco de Triunfo, corazón.