Ahí no está la Macarena!», gritaba, lamentando entre sollozos, un joven sevillano de apariencia normal, indicando la basílica donde se encuentra la estatua, mientras cientos de individuos e individuas llorosos le acompañan entonando, lo que parece ser, el himno de la virgen esa, entre vítores «¡que viva la Macarena!» y «¡viva la madre de Dios!». Una de las fervorosas acólitas manifiesta al entrevistador que «hablan con la Macarena» y la encuentran «triste, muy triste». «Que ya nos han robado a la Macarena, nos la han asesinao, ¿y dónde están esos asesinos? ¡Que busquen a los asesinos y los maten!», clama otra devota de la virgen sevillana.Así abría el telediario de la televisión pública española, el programa informativo con las noticias más relevantes del día. Informando a continuación que la restauración de la imagen de la Macarena ha provocado las dimisiones del Mayordomo y la del Prioste de la Hermandad. Su Junta de Gobierno había pedido perdón por «el daño moral y devocional» provocado las tareas de conservación de la imagen. Dicen que fuera de las fronteras de la religiosidad popular andaluza resulta difícil entender el sentido cultural y social de las anteriores manifestaciones y aluden a la antropología. Hablan del sentido identitario que procuran hermandades y cofradías a las que tildan de redes de ayuda mutua. Hasta la anticapitalista Teresa Rodríguez, en su día, criticó un sketch sobre la sexualidad de la Virgen del Rocío tildándolo de «andaluzofobia». Resulta triste construir identidad en torno a un fervor y una devoción sobre alguien inexistente; una identidad tan frágil que, por un poco de colorete, de alaridos y solloces sin descanso, dejándote la moral hecha unos zorros. La religión y sus diferentes manifestaciones son fruto de una neurosis colectiva y tiene cura.Nada es sagrado, ni siquiera San Fermín. A ver si lo restauran de una vez y por fin descubrimos que es Fermina. A Dios pongo por testigo que la moral de las fervorosas peñas iruindarras no se verá afectada en absoluto.