Nos hemos acostumbrado a percibir cosas raras y extraños ecos como si fueran hechos constatables y enunciados válidos.Así, –los que sean–, dictaminaron que una tal Melody, aquella que de joven estaba tan engorilada, representara a lo que llaman España en ese artefacto esperpéntico llamado Eurovisión, hasta no hace tanto evocador de caspa y naftalina y ahora recuperado porque, dicen, es plataforma de vindicación de lo LGBTIQ+ y lo alternativo. Y, al parecer, un evento desenfadado o incluso «brutalmente» divertido. Aluden los expertos en diversión a canciones que «empoderan» a las mujeres al abogar ser «una mami rompecorazones sin problema monetary que vuelve loquitos a todos los daddies», en boca de Chanel; o ser una “Zorra” de Nebulossa, una zorra resignificada y feminista por supuesto, que hace lo que quiere y cuando quiere. En el último tema vindicativo, para luchar y conseguir la igualdad, la intérprete interpelaba a grito pelao al auditorio para asumir lo que parece ser una esencia propia de las mujeres: comportarse como divas. Las letras, aun de manera involuntaria, machacan nuestros oídos e impregnan nuestras meninges semanas antes. Al analizar sus cacofónicas letras, fruto de la provecta edad del que suscribe imagino, no solamente no entiendo casi nada de lo dicho, sino que, de lo poco que discierno, concluyo lo contrario de lo que los expertos en diversión interpretan. Así, el llamado empoderamiento se me antoja una esclavitud y la supuesta liberación, un alienante narcisismo en lo relativo al texto. Con relación a lo que llaman coreografía, ese ir dando saltitos mostrando más o menos culo de los bailarines, o los movimientos erótico-festivos de las intérpretes luciendo transparencias más o menos facilitadoras de la visión de sus nalgas y sus glándulas mamarias me retrotrae, no lo puedo evitar, a “Noche de Fiesta” de José Luis Moreno con aquellos desfiles de ropa interior que colaba en el programa para solaz de machirulos y engorilados unicejos.Debo de concebir la igualdad de manera rara. Será eso.