No experimentamos del mismo modo los sucesos históricos. Ni siquiera las personas que compartimos una serie de ideas y puntos de vista en un mismo momento los vivimos igual. No sé cómo recordarán otras personas la desaparición y muerte de Mikel Zabalza, pero para mí fue algo muy importante por el alarde de crueldad que supuso, por la impunidad que se impuso sobre toda demanda de verdad y justicia. Fue tan indignante que éramos miles en las calles gritando nuestra rabia, aunque nos respondieran con más brutalidad.Sí, todo aquello dejó un impacto muy profundo, porque todo el mundo sabía qué había ocurrido, pero muchos preferían simular que no. Nunca he olvidado esa hipocresía desde la que nos daban lecciones de ética clamando contra la violencia «venga de donde venga». Salvo que fuera la suya, claro. La red, como un alto cargo de Interior llamó en un libro de memorias años más tarde a la práctica sistemática de la tortura, operaba sin freno, con complicidades a todos los niveles, pero todavía estamos esperando que quienes nos sermoneaban asuman su responsabilidad. Cada cual tiene sus calendarios de la memoria. El mío se tensionó tan pronto como entré en el autobús que ha recorrido el país en recuerdo de Mikel. Fue como un viaje al pasado, bastante inquietante, la verdad, tanto que sentí cierto alivio al salir. Mikel nunca salió de aquel viaje que le impusieron. Recordarlo da escalofríos, por mucho que pasen los años.Mikel no ha sido olvidado, eso también lo sentí al salir del autobús. Mucha gente ha recordado todo aquello y la memoria se ha trasmitido a las nuevas generaciones, que se han apropiado de ella a su modo, como debe ser. Este país está en un tiempo nuevo, pero muchas heridas necesitan atención y, sobre todo, respuestas. Hay muchos deberes por hacer todavía, pero se han dado pasos importantes y ese es el camino, porque recordar es necesario y sirve para provocar cambios.