Aznar e Ibarrola nos han explicado en los últimos días de qué quieren las derechas que vaya el asunto de Cerdán, Koldo y compañía. No se trata de la veracidad de las acusaciones, eso no les importa lo más mínimo. Escenifican indignación moral, pero sabemos perfectamente cuál es su comportamiento práctico con respecto a la gestión de los recursos públicos y su relación con los negocios privados. La cuestión para ellos no es combatir la corrupción, sino utilizar el rechazo social para recuperar los espacios de poder perdidos en los últimos años. Traficar con el malestar, en definitiva, como si el PP no hubiera sido señalado como una organización criminal, como si UPN no hubiera perdido sus poltronas por lo que todas y todos sabemos. Aznar teme que Sánchez llegue a poner sobre la mesa una modificación del marco constitucional, mientras Ibarrola, a lo suyo, dice que Asiron debe dimitir porque logró la alcaldía de Iruñea gracias a esta trama. Están el uno y la otra como para dar lecciones de honestidad, pero que lo pretendan hacer nos recuerda el inmenso montón de mierda que ha sido siempre el régimen del 78. Frente a tanta inmundicia, Iruñea comenzará sus fiestas con un acto de solidaridad con Palestina y rechazo del genocidio sionista bendecido por «Occidente». El resultado de la elección popular ha hecho posible este txupinazo de dignidad y esperanza, para escándalo de los blanqueadores de estas matanzas, que, sin embargo, siguen pretendiendo aleccionarnos moralmente apelando al derecho de Israel a defenderse, algo que recuerda el espacio vital de los nazis. Por el contrario, hay que defender un espacio para una vida sin colonialismo, sin imperialismo y sin militarismo. Un espacio donde se construyan hospitales, no donde se bombardeen. Esa es la pulsión de vida que nuestras fiestas representan y por eso no hay nada más natural que convertirlas en un ejercicio de solidaridad.