Justo cuando un nuevo repunte obliga a recortar la recién inaugurada flexibilización de las medidas, llega el 6 de julio. Llega otro San Fermín sin sanfermines, otras fiestas no fiestas que, todo sea dicho, es una cosa que nos mosquea mucho.
La situación se alarga y cuanto más se alarga, más inaguantables se hacen las restricciones, más nos aburren, más nos indignan y más predisposición mostramos a relajarnos. Y a insubordinarnos. En ese proceso y sin que sepamos muy bien cómo ha sido, la diversión ha pasado de ser esparcimiento, a ser bien de primera necesidad, muy por delante de techo, comida y trabajo, que son cosas muy comunistas y con las que es mejor no molestar. Que la gente necesita divertirse, en cambio, lo entiende cualquiera. Que, si nos soltamos la mascarilla, nos amontonamos, nos apelotonamos y nos ciscamos en la unidad convivencial, no es porque sí; no es porque nos da la real gana: es porque necesitamos el cumple del colega, el de la abuela, el fin de curso; las botellitas, el botellón, las no fiestas; los almuerzos, las comidas, los conciertos… Y claro que los necesitamos.
Lo único malo es que el virus, tan recalcitrante a entenderlo, sigue mordiendo. Llega otro San Fermín sin sanfermines porque hemos tenido 365 días para hacerlo un poco mejor, pero hemos preferido hacerlo un poco peor.
De primera necesidad
En ese proceso y sin que sepamos muy bien cómo ha sido, la diversión ha pasado de ser esparcimiento, a ser bien de primera necesidad
