Aunque el termómetro todavía se resiste, este verano, tan pródigo en fuegos y calores, va tocando a su fin. Empieza un nuevo curso con las cosas donde las dejamos al terminar el anterior. Más o menos. Ha perdido interés la guerra en Ucrania. En parte, porque el ímpetu con que afrontamos males y desgracias ajenas suele ser de corto recorrido; es agotador ver cómo sufren los demás. En parte, porque la atención mediática, y no por casualidad, también ha mermado considerablemente. Los medios han encontrado, además, mejor foco de atención en la muerte de Isabel II de Inglaterra, tan adorable que ni mención merece el horror que provocó en Kenia, el apartheid en Yemen o los cordiales lazos que mantuvo con el nazismo y las SS... En blanquear monarquías y fascismo sí que vamos avanzando.

Nuevo curso y... los mismos esfuerzos de Biden, Borrell y los mandamases de la OTAN en abocarnos al cataclismo en nombre de la democracia, la libertad y alguna otra cosa que ahora no recuerdo. Hay que reconocer que estamos viviendo la situación con mucha tranquilidad y sin alarmismos; no sé si por inteligentes o por inconscientes. Estaba casi segura de que era por lo primero. Hasta que recordé el vídeo de la von der Leyen explicando como lavarnos las manos para fastidiar a Putin.