Lo que mata a los automovilistas son los semáforos rojos, las señales de tráfico y las líneas sobre el asfalto que inducen a los conductores a estar totalmente “asistenciados”, exentos de “asumir responsabilidades” al volante. Lo asegura Louis Sarkozy, el vástago que el ex presidente convicto tuvo con la mujer de su mejor amigo y que 28 años después se presenta a la alcaldía de Menton, un municipio de la costa azul adonde acaba de llegar con sus chanclas de turista parisino para decirles a los lugareños cómo deben vivir. La idea de eliminar el reglamento vial es audaz, sobre todo en boca del hijo de aquel que aseguraba que los códigos, él se refería concretamente al penal, deben aplicarse con el máximo rigor para que disminuyan los delitos. Pero como muy posiblemente el padre reo haya cambiado de opinión, al retoño le ha parecido una brillante propuesta la del libre albedrío automovilístico, que es como la libre circulación de bienes pero con un toque aún más neoliberal, como esa mezcla de absurdo y extrema derecha que este joven advenedizo pero con grandes expectativas en la política tanto admira del trumpismo. Mientras, como denunciaron este sábado sobre el Bidasoa, llevamos diez años con Schengen en rojo y con luces azules iluminando esta frontera impuesta donde la circulación de personas ha dejado de ser libre. Si hay un stop que quitar, es precisamente ese.