Hoy día el balompié de élite se ha convertido en 22 influencers rodeados de varios miles de fanáticos que ansían llegar a una final para demostrar ante la ciencia que el Homo sapiens es una especie en clara involución. Que vamos para atrás es evidente. Solo hace falta mirar a América de Trump, cuyo embajador en Israel ha respondido a la declaración de Emmanuel Macron en favor del reconocimiento de un Estado Palestino «por obligación moral» y «por necesidad política», proponiendo que, si de verdad quiere fundar esta nueva entidad política, que «recorte un trozo de la Costa Azul» y la cree allí. El hooliganismo hace tiempo que llegó a la política internacional, pero ahora se impone de tal manera que parece difícil de creer. Pese a que más de cinco mil policías y gendarmes habían sido movilizados en París en previsión de altercados en vísperas de la final de la Champions, tres sinagogas y un restaurante judíos aparecieron cubiertos de pintura verde en la mañana del sábado. El ministro de Interior francés ha condenado estos actos antisemitas «repugnantes» y la embajada de Israel en Francia se ha dicho «horrorizada». A varios miles de kilómetros, los hooligans de Tsahal no descuajan semáforos ni pintan templos, sino que arrancan vidas de cuajo y tiñen Gaza de sangre, de repugnancia y de horror.