«Si mis impuestos aumentan, dejo Francia», advierte un jubilado en el conservador “Le Figaro”, diario que se hace eco de la «amenaza fiscal» lanzada por el nuevo gobierno de Michel Barnier. Al propio primer ministro, de corte neoliberal, no le agrada rascarse el bolsillo, pero no le quedan muchas más salidas para sanear la arcas públicas. La propuesta no está aún definida y no se descarta un incremento de tasas que afecten a todos los hogares como el IVA, pero las cuentas señalan sobre todo a los más ricos.
Dos de cada tres franceses estarían de acuerdo con que paguen más los que más tienen según una encuesta publicada este pasado fin de semana por el “Huffpost”, pero esta opinión mayoritaria podría ser minoritaria en la cámara. De hecho, una treintena de diputados macronistas ya ha puesto el grito en el cielo reclamando eso que llaman eufemísticamente control del gasto y que supondría un agujero más en el cinturón de los servicios públicos que llevan desde hace unos años degradándose de manera alarmante. Incluso el anterior ministro de Interior, Gérald Darmanin, acaba de declarar que no podrá apoyar un gobierno que toque el sistema fiscal actual. De cualquier forma, tanto él como todos aquellos que se emocionan con la Marsellesa pueden hacer como aquel jubilado, dejar su patria para abrazar otra con un sistema fiscal más adaptado a su miseria moral.