La Marcha de los Orgullos en París acogió, muy a su pesar, a un grupo peculiar de unos veinte miembros, Eros, un colectivo autodenominado «gay e identitario», que acudió a propagar mensajes de xenofobia y transfobia. Han contado, según han declarado ellos mismos, con la complicidad del ministro de Interior, Bruno Retailleau, que habría accedido a enviar a varias decenas de CRS para protegerlos de «los gays zurdos». En efecto, allí estaban los agentes, pertrechados con todo el equipo antidisturbios, prueba de que el Estado no duda en rascarse el bolsillo en defensa de sus más patriotas ciudadanos de derechas. No hay dinero, sin embargo, para los que defienden otros derechos, como es el caso de Euskaren Erakunde Publikoa, para cuya labor París ha decidido no conceder las sumas acordadas, dejando al único instrumento de desarrollo y defensa del euskara en una situación de absoluta precariedad. Está claro que nada o muy poco puede esperarse de París. La esperanza está en Arberatze, en imaginar, en organizarse, en cooperar, en trabajar, cantar y bailar, y seguir festejando que a pesar de todas las trabas, de todos los ataques y de todos los desprecios aquí hay un pueblo viejo lleno de gente joven y diversa que continúa alimentando su cultura y el pequeño orgullo de perdurarla.