Entre emperador narcisista y gladiador del circo romano, es difícil de imaginar a quién de los dos le gustaría parecerse Emmanuel Macron, empeñado en estar siempre entre la tribuna y el centro de la arena mediática, a medio camino entre caudillo paternalista o adalid vigoréxico de la República, como si, tras años de sobreactuación, realmente la gente de a pie fuera a pagarse una butaca para presenciar cualquiera de sus dos interpretaciones. En su último acto, el que prosigue a la disolución parlamentaria, a la bofetada electoral que recibió y a los Juegos Olímpicos que aprovechó para intentar hacer olvidar lo precedente, el inquilino del Elíseo ha desechado formar un gobierno liderado por la candidata propuesta por la coalición de izquierdas que logró la victoria, parcial pero victoria aun y todo, en las elecciones a la Asamblea Nacional. En su lugar, todo parece indicar que hoy, o mañana, o cuando al emperador le plazca, será Bernard Cazeneuve quien tome las riendas de Y principalmente porque su pasado en el Partido Socialista, su reconversión centrista y su apetencia por la primera línea le convertirían supuestamente en candidato ideal para lanzarlo a los leones. Poco importa el desenlace, porque el jefe de este circo no es otro que ese personaje extravagante que normalmente hace reír pero que consigue aterra a muchos: el payaso.