El mismo día en que la agencia espacial francesa ponía en órbita un nuevo satélite militar financiado con lo que el Estado recorta en sanidad y educación, François Bayrou lanzaba una justificación elíptica en el que hablaba de un contexto geopolítico «marcado por una competencia internacional intensa», una forma de expresar el desasosiego actual por la pinza que ejercen Washington y Moscú sobre una Europa cuya máximo problema no es que se halle inerme, sino que sigue inánime, atrapada en una unión económica y con una gobernanza incapaz de superar los intereses particulares de cada Estado miembro y de construir sobre los escombros de la II Guerra Mundial una sociedad en la que la extrema derecha no sea nunca más vista como una opción política posible. Y mientras Emmanuel Macron sigue orbitando inútilmente sobre sí mismo, los medios de comunicación del multimillonario bretón de extrema derecha Vincent Bolloré, que no se ofuscaron con el saludo nazi de Elon Musk, comienzan, según Le Monde, a alimentar la propaganda rusa. El rearme es hoy día muy necesario, pero el intelectual, ese que nos permite tener conciencia de que la trayectoria de satélites como Trump, Putin o Zelenski convergen en un punto extremo y peligroso, muy a la derecha de cualquier valor universal.
