Se cumple un año desde que Macron disolviera el Parlamento sin que las nuevas elecciones solucionaran la problemática minoría en la que le tocó presidir su segundo mandato. Tras el revolcón de las urnas, colocó a François Bayrou al frente del Gobierno, convirtiéndose meses después en el primer ministro más impopular de las últimas décadas, más aún que Manuel Valls. A su sombra, el reflejo de los cuchillos anticipa una degollina de la que pronto seremos testigos entre candidatos de la derecha, mientras que el propio Bayrou, eterno presidenciable, parece que esta vez no podrá soñar con aposentarse en el trono del Elíseo. Se cumple un año desde que Macron disolviera el Parlamento y nada o poco ha cambiado en un panorama social marcado por una desaceleración económica que precariza cada vez más la vida cotidiana al tiempo que infla las expectativas de voto de la extrema derecha y alimenta el sectarismo ideológico. La política no muestra brotes verdes en los alrededores de la Torre Eiffel, que tiembla sólo al recordar que hace no demasiado enarboló una esvástica que amenaza con volver en forma de llama. Y mientras, a 800 kilómetros de allí, en esta esquina del Hexágono, Baiona ha izado una bandera Palestina como señal de que otro tipo de política es posible. Bake Bidea y Bakegileak, que fueron protagonistas en su día, son claros testigos.