3 kazetari itzulia

Noches de cunetas y estrellas

Iñaki Telleria

Lo del Tour en Pirineos –sin desmerecer a los Alpes– tiene tela. Lo de poner los pelos como escarpias se lo dejamos a los que calcen pelo. Miles y miles de aficionados en las cunetas animando a todos, absolutamente a todos, los corredores, si bien cada uno achucha más al suyo. Los propios corredores reconocen que, aunque en esos momentos van medio muertos, ese aliento les da vida.

Cuando dicen ese aliento, quieren decir el apoyo, el oír su nombre, las palabras de cariño en su propio idioma…. No me refería al otro aliento, que es otro de los aspectos que definen a la multitud enfervorizada que se ha dado cita allí arriba. Muchos, aficionados quiero decir, suelen estar ligeramente pasados de vueltas. Son los que se tambalean en la carretera, los que echan agua fría por la espalda como si fuera un favor o los que gritan al ciclista a un centímetro de su oreja. Y ahí viene lo del aliento. Tiene que ser como para perder el conocimiento que, cuando estás en las últimas, te venga uno y te lance a la cara una ráfaga de gas con efluvios de vino, cerveza y patxaran. Qué asco!

Pero, fíjate, a ninguno –de los corredores– le ha dado una lipotimia con el hedor –o quizás los efectos surgen a la mañana siguiente, como los clavos, y no nos enteremos– y a ninguno le han tirado al suelo los adoradores de Baco. Será cosa de la suerte y es mejor no jugar con fuego, pero no cabe duda de que el espectáculo es sobrecogedor.

Sin embargo, lo mejor de todo llega una vez que han pasado los corredores y la caravana que va por detrás. Entonces, la cuadrilla, agotada por los gritos y la emoción, vuelve a sus labores. Es hora de dedicarse la merienda-cena, mientras cada uno cuenta cómo ha vivido el paso de la carrera. Y a la merienda-cena le sigue una bien regada sobremesa en la que cada cual relata de nuevo su película. Amistad bajo las estrellas, eso sí, con un forro o un jersey porque empieza a refrescar en la cuneta.