Ariane Kamio

Odisea

Ariane Kamio

Echo la vista atrás a las vacaciones de la infancia. Horas y horas de coche para realizar distancias que hoy día se recorren en la mitad de tiempo. Sin radiocaset en el automóvil, ni tampoco aire acondicionado, claro (¿qué es eso?).

‘Zenbat denbora geratzen da iristeko ama?’, la típica pregunta. Creo que ni tan siquiera nos abrochábamos el cinturón y lo único que veíamos frente a nuestros ojos era el reposacabezas de nuestro padre que iba conduciendo como si tal cosa. Eso del DVD portátil no era ni siquiera un sueño.

Lo de las autopistas y eso tampoco se estilaba mucho. Éramos de la Nacional, ¡claro que sí! Y veíamos las dos caras de la moneda. Vislumbrar bonitos paisajes, por un lado, y tener que parar a echar la vomitona, por otro. ¡Anda que no me abré comido yo Biodraminas! En pastilla, en grajea, con cafeína, sin ella… Lo que sea con tal de no «ir en barco».

Las expediciones al Prineo sí que eran una odisea. Calor, largas colas, horas de espera… ¿Y todo para ver a unos ciclistas pasar en cinco minutos? ¡Pues vaya! Mi madre era la que no lo entendía. ¿Para qué ir hasta allí si podíamos ver la carrera entera por la tele? Y no venía, claro.

Pero aquello tenía lo suyo. Las fiambreras de metal que llevábamos desde casa (sí, fiambreras, y no los ‘tuppers’ de ahora), la bota de vino, ver a tu tío y a tu padre en camiseta interior blanca de algodón, sentirte un poco más libre mientras los adultos hablaban de los favoritos, comerte un helado… Vamos, recuerdos para toda la vida.

Al final, llegaba el momento. Pasaban las motos, los coches, las furgonetas, sonaban las sirenas, la gente aplaudía, abrías los ojos lo máximo posible para ver pasar a los ciclistas…. y listo. Se acabó.

Todo parecía volver a la normalidad, hasta que, cómo no, teníamos que esperar pasar al coche escoba que, con un poco de suerte, lanzaba unas mini-latas de Coca-cola que no se veían en ningún otro sitio o y nos daba pie para cazar gorros y botellines de los equipos participantes.

Nos quedaba aún el camino de vuelta, y la odisea concluiría varias horas después. Así hicimos nuestros primeros contactos con el ciclismo. Desde la cuneta y con el filete empanado de rigor.