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Radares en los Campos Elíseos

Imanol Carrillo

Al ver la etapa de hoy, la decimonovena, me ha venido una duda existencial a la cabeza, una pregunta que me la ha provocado el portugués Rui Costa, el ganador de la jornada –y ya lleva dos en este Tour del centenario–.

El corredor del Movistar ha hecho un descenso infernal a pocos kilómetros de meta. En una carretera estrecha, peligrosa y, para más inri, mojada, el luso se la ha jugado todo a una carta para mantener la distancia con el segundo clasificado y así poder alzar los brazos en Le Grand Bornand.

No es la primera vez que me quedo alucinado con la valentía –¿o temeridad?– de los corredores en los descensos de los puertos. Esta misma semana, Alberto Contador ya tuvo un pequeño susto al irse al suelo cuando intentaba atacar al líder, Chris Froome, en una bajada. Este suceso no pasó desapercibido, y el madrileño fue tildado de «desesperado» por el propio británico.

Lo cierto es que, si ya en llano el pelotón se mueve a unas velocidades tremendas, en descenso la cosa se acelera –nunca mejor dicho–. Lejos quedará la caída de Joseba Beloki en la bajada del puerto de La Rochette en 2003, lo que le obligó a abandonar el Tour al sufrir una fractura del hueso trocánter de la cadera derecha.

Por suerte, en esta edición no hemos tenido que sufrir con caídas de este calibre en los descensos, pero a falta de menos de 48 horas para llegar a los Campos Elíseos de París, dejo una pregunta en el aire: ¿Deberían de pagar también los ciclistas las multas por exceso de velocidad? Este radar de la imagen podría soltar el flash en cualquier momento...

 

Imagen: Joe SAGET / AFP PHOTO