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Siempre nos quedará París

Imanol Carrillo

El Tour del Centenario echó el telón. Lo hizo en la noche parisina. A la luz de la luna. Con las velas de los enamorados decorando las mesas de los restaurantes. En la ciudad del amor… Tengo que reconocer que llevo tres semanas pensando en el momento en el que se terminaría la ronda gala. Todo por trabajo, para no tener que 'comerme' todos los días las clasificaciones y demás temas relacionados con el Tour. Pero lo cierto es que la última etapa me ha cautivado, me ha enamorado y me ha emocionado.

Nunca he sido un auténtico aficionado del ciclismo. Solo he tenido una bicicleta en mi vida –aunque espero que no sea la única en la que me monte–, pero por un momento me he puesto en la piel de un corredor que participa en la Grande Boucle, la carrera más importante del mundo, y he sentido todas las emociones que puede vivir un verdadero aventurero del Tour.

El ambiente festivo del pelotón ha sido palpable desde el kilómetro 0 del último día. Todos se lo han tomado con muchísima calma: Froome brindaba con champán junto con sus directores del Sky y sus compañeros, Joaquim Purito Rodríguez encedía unos puritos homenajeando al actor George Peppard (Hannibal en el Equipo A) y su inolvidable frase de «Me encanta que los planes salgan bien», y los portadores de los maillots más importantes se hacían fotografías juntos.

Según se acercaba la serpiente a París, algo dentro de mí comenzaba a encenderse. Ver la capital francesa desde la perspectiva aérea me ha abierto los ojos de par en par. Y cuando he visto la Torre Eiffel y el Arco del Triunfo, la adrenalina me ha comenzado a brotar.

Los ciclistas han acelerado nada más adentrarse en las calles parisinas, pasando varias veces por los Campos Elíseos. El sol comenzaba a esconderse poco a poco, mientras el público animaba con fervor y los corredores disfrutaban de su paseo triunfal en el fin del largo viaje en el que han recorrido prácticamente todo el Estado francés y han podido contemplar paisajes de ensueño como el Mont Saint Michel, Mont Ventoux o Alpe d'Huez.

La ronda gala ha tenido tres semanas de tensión y emoción en su edición número 100. Los organizadores querían darle un final especial al centenario, pero antes de que el clímax llegara, los sprinters tenían una última misión que cumplir. Kittel, Greipel y Cavendish se han dejado cuerpo y alma en ganar la última etapa. Cav, el de Isla de Man, no ha podido con el alemán de Argos-Shimano, pero a más de uno ha dejado con la boca abierta cuando su rueda trasera se le ha elevado a poquísimos metros de la línea de meta al pisar un bache.

Antes de que el británico y todos los seguidores recuperáramos el aliento, Kittel ya estaba celebrando su cuarta victoria, dando paso al colofón final del Tour del Centenario, donde las luces y el colorido han sido los grandes protagonistas.

Aún cuando estoy con la adrenalina por las nubes y la emoción a flor de piel, me despido de todos vosotros, los lectores y los que habéis seguido este blog durante el Tour, desde este humilde txoko. Nos vemos el próximo año, y espero hacerlo con una bicicleta.

 

Imágenes: Joel SAGET-Pascal GUYOT / AFP PHOTO