Itziar Ziga
Itziar Ziga
Una exrubia muy ilegal

100 días sin oír hablar del puto Satisfayer

Las mujeres tampoco compartimos ni un rasgo común sexual: vivir bajo el patriarcado no nos marca ni con una sombra el deseo a todas las hijas de Eva

En cuanto divisaba a Francesca en el bar de bolleras, corría hacia ella. Ni qué tal nena, directas a nuestra cháchara favorita: sexo. Al detalle, a la carne, a las experiencias atesoradas por cada una a lo largo de nuestras dilatadas vidas de golfas, entrando en el apasionante relato de prácticas, preferencias, diferencias, emociones, orgasmos nunca idénticos, tsunamis propulsados desde nuestras rajas tras los que había que dar la vuelta al colchón, hallazgos, epifanías, tonterías… Francesca era jodidamente divertida, además de guarra. Repetía con mamarracha solemnidad: más de quince centímetros es un pene, menos es una pena. Por supuesto, no pretendo descartar aquí a los bípedos que incumplan la obcecación falométrica de Francesca: ni siquiera ella lo hacía, hablaba desde sus querencias sexuales. Cuando vuelvo a escuchar esa memez pseudofeminista sobre el insondable abismo en la cama heterosexual porque los hombres, así en bloque, son irreparablemente coitocentristas, les presentaba a Francesca. Cuando un chico se amorraba entusiasta a su coño, ella le ordenaba: ¡qué me la metas! Mi sexualidad era y es mil veces más fluida, desorganizada, multitudinaria y sin roles de género que la de mi amiga, y disfrutábamos muchísimo hablando de sexo.

No, por supuesto que las mujeres tampoco compartimos, así en otro bloque, ni un rasgo común sexual: vivir bajo el patriarcado no nos marca ni con una sombra el deseo a todas las hijas de Eva. Es una estúpida redundante mentira que estemos más desconectadas de nuestro deseo, que los mandatos de género hayan logrado estirparnos las fantasías sexuales, que por tanto ni seamos capaces de manifestar lo que nos excita antes esos hombres en cuyas camas no podemos evitar caer, que esos hombres ineptos solo buscan correrse en nuestro temeroso agujero y nosotras no encontramos nuestro orgasmo. Pero que, gracias a que el capitalismo abrió un nuevo nicho de mercado sobre la sexualidad femenina ideando el puto Satisfayer, ¡las chicas se han encontrado al fin el clítoris!

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