Regreso de Barcelona atravesada por mil perras, con lujuriosas marcas de asfalto en mi carne. El Raval tiene adoquines perforados por los tacones de las putas, siglos buscándose el sustento en la calle y conspirando entre ellas. Me reencuentro con Margarita y le peino con mis dedos su larga melena gris de bruja pendenciera. Hace veinte años le escuché decir esto: «soy Margarita Carreras, trabajadora sexual o prostituta, cómo queráis llamarlo me es indiferente. No me va a cambiar a mí ni lo que pienso yo de mí misma». Fue un sortilegio libertador, rompí a llorar. A mi lado, un precioso bollerón solloza de dicha ante la ovación feminista a Margarita, es su hija. Porque las putas también son madres, y les enseñan a sus criaturas a rechazar esa vergüenza que no es más que odio hacia las mujeres pobres, y a identificar al enemigo.
Conozco al fin a Georgina Orellano, secretaria general del sindicato de prostitutas argentinas AMMAR, ¡son 6.500 afiliadas! De cerca es todavía más alta y más bella, por dentro y por fuera. Y amorosa, y divertidísima. Dentro de poco, tendréis noticias de ella en 7K. Un adelanto. Cuando a Georgina, que además de puta feminista, también es madre, le lanzan ese golpe bajo tan reiterado, tan degradante, «tú querrías que tu hija salga puta o tu hijo putero», ella responde: «yo lo que no querría es que mi hijo salga policía, ni abolicionista de la prostitución, que sea sindicalista, y que escuche, que no juzgue». ¡Genia!
Atravieso enaltecida las calles de El Raval con ellas, las calles de esta ciudad gobernada desde hace ocho años por una mujer activista, más carne de calabozo que de despacho presidencial. No se lo perdonan, odiar a Ada Colau en Barcelona se ha convertido en una obsesión. La alcaldesa es aliada de las putas alzadas, aliada para que la Policía no las acose y las instituciones no las discriminen. Nos han adoctrinado para despellejar a las mujeres, pura misoginia. Os propongo. Cuando alguien venga a hablarnos mal de otra, espetemos: yo no critico a mujeres.
