Recuerdo la primera vez que le metí una hostia a un baboso en un bar, yo tenía veinte años y nunca había respondido físicamente cuando una mano no invitada me agarraba del culo aprovechando el mogollón de cuerpos. Normalmente, me daba la vuelta y gritaba algo a la masa de tíos y ellos, se reían. Aquella noche en fiestas de Lekeitio, mis amigas, chicas y chicos feministas, comprendieron al instante mi frustración y me animaron: pégale, al que sea. Yo ya estaba preparada por fin para devolver el golpe. Me dirigí a ellos y elegí una cara, plas, con toda la mano abierta. Él, protestó. El resto, ya no se rieron. Yo me quedé a gusto. Les pregunté a mis colegas: ¿le he pegado bien? Muchos años después, en el Raval, le preguntaba lo mismo a un maricón mío a cuyos brazos me lancé tras impedir que un macho amenazante nos agrediera porque no podía follarme. ¿Le he pegado bien? Él respondió, agarrándome la cara y sonriente: solo puede decirte que me has puesto cachondo. Solo una vez he pegado un puñetazo. Mi mano recordó lo que Maitena Monroy me había enseñado en un taller de autodefensa feminista muchos años antes, cómo cerrar el puño y dirigir la rabia. Ojo morado, mila esker, Maitena!A partir de un momento en los 90, las tías empezamos a defendernos juntas de fiesta. Lo digo no solo por mis amigas y yo, todas involucradas en colectivos feministas de la época. Lo he hablado con muchas otras que éramos chavalas entonces, lo de que sacábamos a empujones a los babosos de los bares. Vascas todas: es algo de lo que estoy superorgullosa. Os aseguro que conseguimos mejorar mucho la tranquilidad y la dicha de las chicas. Nunca he dejado de salir de fiesta; los babosos, tampoco. No me sirve que haya protocolos por los que, si vas a la barra y dices que te están molestando, te escucharán y quizás echen al tío que te molesta. O llamen a la policía, menuda solución. Sobre todo si entonces, tú ya no puedes actuar y defenderte. A las tías siguen acosándonos en todas partes, que ninguna pase por este mundo misógino sin devolver el golpe.