Itziar Ziga
Itziar Ziga
Una exrubia muy ilegal

Las transhistéricas somos lo máximo

Todas ellas durmieron a la intemperie, se prostituyeron, fueron violentadas por la Policía y otros machos, se feminizaron a lo loco...

Tenemos grabada a fuego en nuestra memoria de género las barrabasadas psiquiátricas a las que se nos ha sometido por el hecho de ser identificadas como mujeres o como desviadas en este mundo jodidamente patriarcal. Hace no tanto, podías pegarte el resto de tu vida anulada en un manicomio por algo hoy tan comprensible como una depresión posparto: este thriller misógino me lo contó hace veinte años un militante anarquista, era su historia y la de su madre. Nunca lo he olvidado. Así se las han gastado con nosotras. Abortista: a la hoguera. Puta: a la galera. Sufragista: al calabozo. Indómita: lobotomía. Lesbiana: marido o muerte. Maricón: electroshock. Mujer: histérica. Por todo ello, por todas ellas, es tan vil que algunas popes feministas se estén oponiendo grandilocuentemente a esa ley largamente luchada que va a aprobarse el próximo año, sí o sí, y que terminará de despatologizar la transexualidad, poniéndose a la altura en justicia social de la propia OMS.

Entre mis amigas trans, las que son de mi edad o mayores tuvieron que huir de sus hogares hacia los trece años para ser posibles. Todas ellas durmieron a la intemperie, se prostituyeron, fueron violentadas por la Policía y otros machos, se feminizaron a lo loco y sobrevivieron gracias a su propia comunidad callejera. Gracias a ellas y a su larga lucha, hoy las criaturas transexuales son apoyadas por sus familias. No hay nada más emocionante que presenciar cómo un colectivo históricamente masacrado logra emerger de las catacumbas hacia la posibilidad social. Si no te sumas a ellas, es que estás en el lado contrario.

Derecho a la autodeterminación de género, ¿puede sonar algo tan irrenunciable y tan hermoso? Estas forajidas trans, enormes activistas alrededor de cuya luz nos arremolinamos feminista e insurgentemente, han elegido nombrar su lucha como autodeterminación. Yo las amo, algunas son muy españolas, y me da por imaginar que la empatía podría acabar trazándose hacia nuestras otras autodeterminaciones.

Bilatu