Itziar Ziga
Itziar Ziga
Una exrubia muy ilegal

Madres olímpicas

Maltratar precisamente a las cuerpas gestantes y/o que mostramos feminidad… ¡cuánta necesidad tiene este mundo de que lo rehorizontalicemos!

En este segundo verano pandémico -háganme el puto favor de vacunarse todo el mundo, que yo quiero volver a salir de juerga algún día-, al menos nos queda el consuelo de las olimpiadas. Esos cuerpazos exultantes dándolo todo de mil maneras... Desde Tokio, no desde Madrid. Ay, qué vergüenza ajena más deliciosa verles intentarlo tres veces seguidas, hasta presentar un logotipo con cinco chancletas brasileiras donde se leía: Madrid 20020. Buscadlo. ¿Oligarcas casposos, cómo os van a otorgar la celebración de unos Juegos Olímpicos sino sabéis ni escribir la fecha? Cuánto me reía haciéndoselo ver a esos taxistas madrileños tan fachas, que portaban la pegatina mucho después de haber perdido. Y qué ansias de bajar de fiesta a la canalla Madrid…

Hace dos o tres olimpiadas, estaba yo odalisqueando frente a la tele con mi amada Olga en su casa en Barcelona, cuando ella me explicó que, lo que sacasen el coño del agua las nadadoras sincronizadas, puntuaba. Era lo que me faltaba para calentarme, ¡avistamiento de chichis! Ona Carbonell tiene tantas medallas que no le caben en el pecho, pero acaban de informarle de que no podrá viajar a Tokio con su hijo Kai, de un añito, y qué deberá por tanto interrumpir su lactancia. Lo cuenta sentada en el suelo, con su hijo amorradico a la teta. ¡Cuánto fascismo antimadres, contra las que nos dan la vida! «La maternidad es todavía uno de los ‘handicaps’ que tiene la mujer en el deporte. Quedarse embarazada no es una lesión». Así de claro, Ona. Maltratar precisamente a las cuerpas gestantes y/o que mostramos feminidad... ¡cuánta necesidad tiene este mundo de que lo rehorizontalicemos!

Ya en febrero, el presidente del comité organizador de los Juegos Olímpicos de Tokio, que fue también primer ministro de Japón, se vio obligado a dimitir tras haber dicho que las reuniones con mujeres eran, básicamente, un coñazo. Me encanta que este carcamal reconociera que recibió collejas de su mujer, de su hija y de su nieta. Estamos hasta el potorro divino de tanto macho. Y volveremos a saborear enseguidica el triunfo titánico de tantas madres.

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