Itziar Ziga
Itziar Ziga
Una exrubia muy ilegal

Malasmadres y revolución

Ellas iniciaron la insurgencia, fabulosas Furias del pueblo, y fueron apartadas, traicionadas, masacradas: os quedó la Revolución bonita, señoros

Olympe de Gouges no se calló durante toda la Revolución Francesa, no se calló en toda su puta vida. De hecho sigue hablándonos 228 años después de muerta, algo que a ella le maravillaría. Empecinada defensora de las mujeres, los esclavos y la bastardía, de todas las parias, somos sus descendientas políticas quienes la desenterramos hace ya décadas de la Historia patriarcal para bailar al son de sus huesos. Y de los de tantísimas otras. En su caso, el cráneo separado del esqueleto. Hoy ella es heroica pionera, mientras Robespierre, uno de sus tantísimos archienemigos y el que la mando guillotinar, una anécdota: por eso Olympe ríe.«Te proclamas autor de la Revolución, no lo has sido, no lo eres, no serás más que oprobio y execración… tu aliento contamina el aire que respiramos actualmente, tu párpado vacilante expresa a pesar tuyo toda la infamia de tu alma y cada uno de tus cabellos lleva un crimen». Te quedaste a gusto, nena. No era para menos, ellas iniciaron la insurgencia, fabulosas Furias del pueblo, y fueron apartadas, traicionadas, masacradas: os quedó la Revolución bonita, señoros. Este fue tu testamento político, y lo dice todo. «Lego mi corazón a la patria. Mi honradez a los hombres: la necesitan; Mi alma, a las mujeres». Y esta fue tu sentencia a muerte: «mala madre, esposa sin virtud y mujer perdida que se creía un hombre de Estado». ¿Ha existido algún revolucionario al que se condenase por ponerle los cuernos a su mujer y desatender a sus churumbeles? En el caso de Olympe y, como les ha sucedido a multitudes femeninas en los siglos patriarcales, mi tatarabuela incluida, con catorce años fue entregada en matrimonio a un hombre mayor que le repugnaba. Afortunadamente una crecida del río Tarn la hizo enviudar temprana y alegremente. Nunca más se casó. «El matrimonio es la tumba del amor y de la confianza», decía.

Alabar a una mujer como la mejor madre del mundo o denostarla como mala madre, es la misma mierda misógina. Isabel Pantoja crucificada por su hijo me ha llevado a Olympe de Gouges, cosas de la hora violeta.

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